lunes, 20 de junio de 2016

Etolie

A las 8 y media de la mañana ya hemos pasado la visita en la maternidad y en la planta de cirugía.

En un pasillo esperan cuatro mujeres para hacerse ecografías ginecológicas. La primera lleva un recién nacido en brazos y no aparenta la edad de ser la madre. Tampoco es a ella a quien le han pedido la ecografía, si no al bebé. Yo estoy dentro de la sala del ecógrafo comprobando si funciona la captura de imágenes en un ordenador que nos ha donado un proyecto de la Fundación Telefónica, y escucho a Anita preguntarse en voz alta con su acento italiano, tras leer la petición.

—¡No entiendo nada! ¿Pero a quién quieren que le haga la eco? ¿Al bebé? ¿De qué le voy a hacer una eco al bebé?

Giro la cabeza y descubro, a la vez que ella cuando retira el paño en el que viene envuelto, que al bebé le han dejado un largo cordón umbilical. Fuera del abdomen se ven con claridad los intestinos del recién nacido, recubiertos por una membrana transparente, en que se ha convertido el cordón. Es una malformación congénita llamada onfalocele. En condiciones "normales" se habría diagnosticado durante el embarazo en los seguimientos ecográficos programados. Se habría programado el parto en un hospital con Cirugía Pediátrica y el recién nacido habría sido intervenido con todas las garantías de seguridad y de cuidados perinatales y postoperatorios.

Aquí, no hay nada de eso.

No hay seguimientos ecográficos de los embarazos. Ni ecográficos ni de ningún otro tipo. No hay seguimiento.  No hay Cirugía Pediátrica. No hay cuidados perinatales. Si no se corrige el defecto en las próximas horas, la pérdida de líquido por trasudación a través de esa membrana llevará al recién nacido a la muerte por deshidratación. Si se corrige el defecto y se mete todo el intestino dentro el abdomen, la presión abdominal aumenta y puede impedir que los pulmones se expandan adecuadamente. Es ese caso, requerirá un soporte respiratorio que aquí no se le puede dar, y se morirá en pocas horas. Anestesiar a un recién nacido tampoco es sencillo. No tenemos cánulas de intubación orotraqueal de su tamaño. Habría que hacerle una sedación que le deprime la capacidad de respirar, por lo que habría que ventilarlo a mano hasta que elimine de su organismo todo el resto de mórficos o de anestésicos. Tampoco tenemos oxígeno. Hay un aparato en el quirófano que concentra el oxígeno del aire. Lo trajimos en una misión anterior. Hace un ruido infernal que nos ameniza el trabajo, compitiendo con la ópera que suena en el móvil de Alejandro. Solo se puede usar ahí: a las dos de la tarde cortan la luz y solo hay electricidad en el bloque quirúrgico. Todo son facilidades…

Nuestro primer impulso es enterarnos de si existe algún hospital en Chad que pueda ofrecer esos cuidados y que esté a una distancia razonable que permita el traslado en pocas horas. Preguntando al personal que trabaja en St. Josepf, y con la ayuda de Cecile –una médico italiana que lleva muchos años viviendo en Chad–, nos dicen que hay un hospital en Goundi en el que trabaja un cirujano Chileno que ha operado tres casos de onfalocele. Lo que no me han dicho es si han sobrevivido. Contactamos con Goundi y nos autorizan al traslado. No sé dónde queda ese lugar. Me dicen que a tres horas en coche. No sé si ese hospital estará mucho mejor dotado que este, a tenor de lo poco que he visto del país. Rafaela, una enfermera italiana que trabaja en la pediatría, dice que no. Al menos el cirujano tiene más experiencia que yo.

Mientras, mando un mensaje a Alfonso y Javier. Son los dos cirujanos implicados en el proyecto EnganCHADos que tienen “la culpa” de que yo esté ahora en el Chad. Les pido que me manden bibliografía y que contacten con algún cirujano pediátrico para pedirle consejo. También a Juan, el eficaz bibliotecario del Hospital de Fuenlabrada y participante muy activo del proyecto, le solicito bibliografía. Esto no es tan sencillo. No tengo conexión a Internet en todo Bebedjià, salvo unas horas al día en un despacho que está a 200 metros de donde me encuentro, y hasta donde me tengo que desplazar. Esta mañana, funciona. Estamos de enhorabuena.

Aún no hemos hablado con la familia del bebé, y puede que se nieguen a su traslado. Por la intervención les pueden cobrar unos 40.000 CFA (francos centroafricanos; equivale a 60 euros) y por el traslado, otros 40.000 más. Eso suma 120 euros, que es el salario mensual de una persona con un buen trabajo (las responsable de la farmacia de St. Josepf, por ejemplo). La madre está internada en el centro de salud donde parió. Le quedó un resto de placenta en el útero. A la criatura la trajo su abuela. El padre no está aquí y lo han mandado buscar. Es él quien debe decidir si se traslada.

Durante la espera, desde el despacho del internet, entre mensajes al móvil y correos electrónicos, recibo la información que buenamente me pueden proporcionar. Si se da el caso, con estos mimbres tendré que hacer el cesto. El último mensaje de Alfonso que me entra en el teléfono cuando estoy regresando, antes de perder la conexión WiFi es “Daniel, tú eres la mejor opción que ese niño tiene ahí”.

El padre es un hombre alto y delgado con semblante tranquilo, casi risueño a pesar de la situación. Habla francés. Anita le explica la situación y la posibilidad de traslado a Goundi. El hombre la escucha con atención, sin interrumpirla. Cuando Anita termina de hablar, nos responde inmediatamente, como si ya tuviera tomada la decisión antes de la conversación. Su tono de voz es como su rostro. Habla pausado.

–Dios ha querido que esté aquí. Se tiene que operar aquí. Si no sale bien, será la voluntad de Dios.

Esto ocurrió hace dos días. Nos llevamos al bebé al quirófano. Alejandro lo sedó un poquito, sin pasarse, le dije. Primero comprobamos si, al meter los intestinos dentro del abdomen, seguía respirando bien. Cuando vimos que la saturación de oxígeno no bajaba, con la ayuda de Anita cerré parcialmente el defecto con una sutura, lo suficiente para que no se volvieran a salir, y le recorté el cordón umbilical dejando solo unos pocos centímetros. Como se lo dejaron a mis hijas al nacer.

La madre de la criatura llegó esa misma tarde y el bebé pudo empezar a mamar. Anita comprobó con el ecógrafo que a la mujer ya no le quedaban restos de placenta. La criatura ya no se va a deshidratar y, en vista de que no tiene problemas respiratorios, dentro de unos días, antes de mi regreso a España, le termino de cerrar completamente el defecto del abdomen.


Al acabar cada intervención, apuntamos los datos del paciente en un libro de registro. Abdulay, el enfermero de quirófano, me dictaba el nombre de la niña: Etolie. Significa estrella.

En Bebedjá el 20 de junio de 2016

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