lunes, 21 de octubre de 2013

Luis


No tengo especial manía por las peluquerías. No soy cliente fijo de ninguna, ni tengo peluquero "de cabecera". Generalmente, voy a la más barata que tengo cerca de casa, que es una peluquería de mujeres. Me fijo tan poco, que ni si quiera recuerdo el nombre de la  franquicia a la que pertenece. Asomo la nariz y le pregunto a la encargada si hay mucha cola. Si tengo que esperar, me voy y vuelvo otro día.

-¿Quiere que le corte el pelo alguien en particular?

-No. Me da igual.

Una vez me cortó Vanesa, y me gustó. Así que, a la siguiente vez que volví, respondí:

-Sí, Vanesa.

-Lo siento, Vanesa está muy liada. Hoy no va a poder. Si quiere a Vanesa, lo mejor será que llame por teléfono para pedir cita.

-Creía que no se podía pedir cita…

-Y no se puede. Pero para Vanesa, sí.

Ahí se acabó mi relación con Vanesa. Que me lo corte quien sea.

Otra vez me tocó a Felipe. Era un chico regordete y gay. Simpático, hablador, y muy amanerado. Tenía unos dedos cortos que parecían salchichas, las cara redonda, los ojos pequeños y vivaces, y llevaba el pelo rapado a maquinilla. Como mucho, al dos.

Realmente, no me tocó. Me eligió el.

-¡Yo le atiendo!- Casi gritó apenas asomé por la puerta del local. No es que me importe demasiado, pero siempre he tenido la sensación de que le gusto a los chicos (a los chicos a los que les gustan los chicos, se entiende).

Lo de Felipe fue toda una experiencia. En serio. Nadie. Nadie jamás de los jamases, me ha lavado el pelo como me lavaba Felipe. ¡Qué tío! Esperaba a que el agua estuviese a la temperatura justa. El chorro de la ducha con la presión adecuada, tirando a flojito. Me mojaba la cabeza con parsimonia y extendía el jabón con cuidada suavidad por toda la cabeza, eternizándose en un masaje que terminaba en las sienes y remataba en la nuca. Despacio y con cariño. Recreándose. Con la punta de los dedos sin apretar casi, moviéndolos en círculos… Cerré los ojos y le dejé hacer. ¡Tuve la tentación de volver al día siguiente, solo para que me lavara la cabeza!

Con Felipe sí repetí. No estaba tan solicitado como Vanesa. Igual es que no se esmeraba de la misma manera con la cabeza de las señoras… No lo sé. El caso es que duró poco. Dos o tres veces, no más. Me contó que vivía en Fuenlabrada y que quería abrir su propia peluquería en Chueca. Me pareció de lo más apropiado por su parte. Cuando volví a preguntar por él, ya no trabajaba allí. Quise suponer que habría hecho realidad su sueño, pero preferí no indagar. Si me planto en una peluquería de Chueca a que me den un masaje en la cabeza, podría haber dado lugar a algún tipo de malentendido.

Esta mañana me he cortado el pelo. Tenía que hacer un recado por Madrid y terminé antes de lo que había previsto la hora del tíquet de la O.R.A., que ahora no se llama así. Se llama S.E.R., que no sé qué significa (tampoco sé lo que significaba lo otro). Había una peluquería de Marco Aldany en frente de mi coche y aproveché. Hace días que quiero cortármelo y no encuentro el momento (y echo de menos los dedos de Felipe, ¡ay!).

Había una fotografía gigante de un rubio macizo y bronceado, con barbita de tres días en el escaparate. "Hombres 9,99 €". Perfecto para tiempos de crisis. Y si me dejan como al de la foto, ni te cuento.

-Hola buenos días. ¿Tengo que esperar mucho para que me corten el pelo?

-Hola buenos días.- Me respondió la mujer del mostrador detrás de la caja. No le pregunté su nombre. Rubia también, aunque teñida. Pelo liso, por los hombros. Delgada. Sonrisa correcta, aparentaba algo más de cincuenta.

-No. No mucho. Unos diez minutos.

-Vale. Espero.

Me senté en un silloncito y me puse a ojear El Mundo. No suelo leer ya la prensa, porque me pone de mal humor. El titular de la portada: "Una empresa de chorizos vincula el escándalo de los ERE con el de UGT-A". ¡Bordado! Hoy el periódico abre con páginas de humor (es que ya no queda otra que reírse…). A la cuarta página, y cuando empezaba a sentir nauseas, aparece Luis.

Metro ochenta, por lo menos. Ancho de hombros. Cachas, pero sin pasarse. Vaqueros y camiseta. Acento cubano. Pelo muy corto ensortijado. Moreno. Y con esa sonrisa blanquísima que sólo los negros tienen.

-¿Está esperando para cortarse el pelo?

-Sí.

-Pues venga conmigo.

-¿Me lo va a cortar usted?

-Sí.

Le seguí escaleras abajo. El local era enorme y no me había dado cuenta de que tenía, además, otra planta en el sótano.

-Siéntese aquí, por favor.- Me señaló el sillón de barbería, delante del espejo. No había otro, y no había nadie más. Sesión privada de peluquería, pensé. La bacía quedaba detrás del sillón, a un par de metros.

-¿Cómo quiere que le corte? ¿A maquinilla, a tijera o con ambas?

Me dejó descolocado. Nunca sé cómo responder a esa pregunta. En serio. No sé cómo explicar cómo quiero que me corten el pelo. Me parece la pregunta más subjetiva. ¿Corto? ¿Qué entenderá el peluquero por corto? ¿Me meterá la maquinilla al uno? ¿No muy corto? Salgo igual casi que entré, pero con diez euros menos… Ahora, que lo de darme a elegir el instrumental, resultó una novedad. En las peluquerías de barrio, hace muchos años, la pregunta era "¿A navaja, o a tijera?" La última vez que me hicieron esa pregunta fue este verano en la de Oscar. Sí, sé que se escribe Óscar, pero es que en Cangas, yo toda la vida he escuchado nombrar al peluquero con el acento cambiado. La peluquería de Oscar, es mi única peluquería "fetiche". Allí me corto el pelo todos los veranos que he ido a Cangas desde que era muy niño. Entonces, me acompañaba mi abuelo. Le recuerdo con un gesto entre solemne y socarrón, mientras Oscar padre me invitaba a sentarme en el sillón sobre un taco de periódicos, para compensar mi estatura de chiquillo. Cuando mi abuelo faltó, fue mi padre quien me llevaba. Me encanta que me lo corten a navaja. El ris-ras que hace la cuchilla contra el pelo y los movimientos acompasados de los brazos del peluquero, alternando las pasadas de la hoja en una mano con el peine en la otra.

Fui sincero:

-Nunca sé explicar cómo quiero que me corten el pelo- le espeté con una sonrisa de timidez. Es un tipo de sonrisa que viene muy bien para estas situaciones. Tengo una amiga que la utiliza con frecuencia, así como bajando un poco la cabeza y mirando con ojitos hacia arriba, y que me desarma cuando lo hace. A mí no me sale igual. Tampoco pretendía desarmar al peluquero.

-Así, más o menos. Por aquí- Me cogí el pelo entre los dedos, mirándome al espejo, mostrándole la medida del corte.

-No sé, corto, pero que no me quede de punta- añadí. -Me peino con la raya a la derecha y no uso gomina.

Luis se estaba rompiendo de risa por dentro. Lo vi en sus ojos. Pero el gesto, incólume. ¡Muy profesional!

-¿Y a tijera o a maquinilla...? Siempre me lo corto a tijera.

-Entonces, lo quiere con el mismo estilo, pero un poco más corto- sentenció.

-Será así- pensé. Tampoco era cuestión de entablar un debate sobre semántica. Se puso manos a la obra.

-Normalmente, me lavan la cabeza antes de empezar a cortarme el pelo- le dije (yo, añorando a Felipe, claro).

-Yo prefiero lavar el pelo al cliente cuando termino de cortarle. Si es que luego no va a ir a su casa a ducharse, es muy molesto estar con los pelitos, que le pican a uno, por el cuello de la camisa todo el día.

-Sí, pero lo que me dicen otros peluqueros es que es mejor cortar el pelo mojado que seco.

-Es mejor para el peluquero, porque es más fácil. Pero no para el cliente. Yo prefiero cortar el pelo en seco, porque así sé cómo va a quedar.


Son apasionantes las conversaciones en las peluquerías. Allí siguió explicándome Teoría del Arte del Corte de Pelo, mientras mechones del mío iban tapizando la sábana que me cubría los hombros.

-Depende del tipo de pelo, también. Y de la parte de la cabeza. Por arriba, se lo voy a mojar.

Pasé un rato divertido escuchándole. Cumplió su palabra y me lavó la cabeza. El agua fría y el enjabonado rutinario. Al terminar, me acompañó hasta la caja. Nos dimos la mano y, yo a él, una propina. Me había caído muy simpático el cubano.

-Me llamo Daniel. ¿Y usted?

-Luis.

-Me ha gustado mucho cómo me ha dejado. Muchas gracias.

-Es que Luis es mucho Luis-, sentenció la rubia de la caja.

-Sí-, pensé yo. -Pero nunca nadie me ha lavado la cabeza como Felipe.



miércoles, 9 de octubre de 2013

El pupitre.



Hay cuadernos en los cajones, un semicírculo graduado, un estuche… Al fondo, en la pantalla, el cañón del ordenador proyecta la fotografía de la clase. Todos los niños sonrientes. Mi hija entre ellos.

Es simpático verme sentado en un pupitre, la silla pequeña. No es nostalgia. Es la divertida sensación de sentirme proyectado en la infancia.

Maite sigue hablando. Es la tutora de Arancha y es una mujer agradable. Sonrío. Mientras la escucho y escribo estas notas, parece que estoy tomando apuntes. Debe pensar que soy muy aplicado.

-Me estoy enrollando y no voy pasando las diapositivas que preparado- la oigo decir. Y lo apunto.

Me está cayendo bien esta mujer de pelo corto, moreno pintado de gris, con raya a la derecha.

-Como ya voy siendo mayor me puedo permitir manías. Una es que no soporto el desorden. Seguro que en casa os dirán vuestros hijos: ¡Qué pesada es Maite con el tema del orden!

Vuelvo  de nuevo mi mente al aula. Al fondo hay un póster en el que dos manos hacen un cuenco con tierra, del que brota una pequeña planta.

Paula emplea dos horas al día en jugar con niños. Sus hijos y otros. Estaría disfrutando de estar sentada en una de estos pupitres, pero no en la reunión. En el aula con el resto de los niños.

-No responsabilicéis de lo que os pasa a agentes externos: "Me he dejado el libro por culpa de mamá…"- Maite sigue con su charla. 

Esta frase se lo digo yo a mis hijas a diario. Me sale otra sonrisa.

Hay margaritas de colores, hechas con cartulina, pegadas en el corcho a mi espalda.

-El control de naturales estaba "chupado".

Me río otra vez. ¡Me encanta el colegio!

-¿En la tercera pregunta, donde dice que explique las características de la estrellas, hay que explicar? Y donde dice definir, ¿hay que definir?- Imita Maite las preguntas de los niños.

-¿Queréis tener hijos solidarios? Supongo que sí. ¿Verdad?- Nos explica el lema del "Bocadillo Solidario": Es un error no hacer nada porque se crea que se haga poco.

Apunta su e-mail en el encerado. Tiene letra redonda, cuidada, bonita. Escribe recto. Lleva un pañuelo azul, estampado de hojas blancas, colgando del cuello. Como una estola, anudada con una vuelta a la altura del ombligo. Una camisa blanca larga le cubre hasta los muslos el pantalón negro.

Entonces vibra el teléfono encima del pupitre. Es mi hija.

-Papá. ¿a qué hora termina la reunión? Es que me cierran la papelería y tengo que comprar, y es para mañana…- Voz quejosa.

Me salgo fuera.

-María, no sé a qué hora termina la reunión.

-Jo, papá. Es que necesito seis DIN A3, bueno-solo-necesito-tres-pero-le-dije-a-Ángela-que-le-compraba-yo-las-suyas-y-dos-planos-mudos-físicos-y-uno-politico-de-España-pero-tienen-que-ser-mudos. 

Ahhhh (pausa para tomar aire).

-¡Y es que cierran en veinte minutos!

-María: no tengo una bola de cristal para adivinar que tienes que ir a la papelería. ¿Me lo dices ahora? He dejado la cartera en casa.

-¡Papaaa!

-Coge mi cartera. Te espero en la papelería.

-Pero eso es una bobada. Si voy a tener que ir yo, que vayamos los dos.

-Deja de protestar, y haz lo que te digo. No saqué dinero y tengo que pagar con tarjeta, y tú no puedes pagar con mi tarjeta.

Ocho menos cinco. Papelería. María llega sofocada. Ha venido corriendo. Yo la espero en el mostrador con dos mapas físicos de España (mudos), uno político (mudo, insisto), y seis DIN A3 (pero tres son para Ángela).

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Seis menos cuarto. Un sol radiante en este octubre primaveral que estamos disfrutando. Hace calor, y más si llevas desde las cinco caminando (colegio-catquesis, catequesis-casa, casa-colegio...). Ahora recojo a Arancha para llevarla a padel. 

-Papá, me tienes que preguntar los verbos.

-¿Qué verbos? ¿Los de inglés?

-No. En español. Lo de pretérito perfecto del indicativo y eso.

-¿Te referes a las conjugaciones de los verbos?

-Eso.

Ya tengo entretenimiento para el paseo. Suena el móvil. Llaman desde mi casa.

-Papá, ¿este pastel de chocolate que hay en la nevera es nuestro?- Es Jimena.

-Sí, claro.

-¿Puedo comer un poco?

-Por supuesto.- (A Cristina le haría ilusión escuchar esta conversación, pienso)

-¡Mariaaaa! ¡Que síííí, que podemos comer!

-Está muy bueno, Jimena. Y si lo mojas en colacao, más.

-¡Es lo que voy a hacer...!- La "veo" sonreír a través del teléfono.


Ser padre está siendo la mejor aventura de mi vida.