No tengo especial manía por las
peluquerías. No soy cliente fijo de ninguna, ni tengo peluquero "de
cabecera". Generalmente, voy a la más barata que tengo cerca de casa, que
es una peluquería de mujeres. Me fijo tan poco, que ni si quiera recuerdo el
nombre de la franquicia a la que pertenece. Asomo la nariz y le
pregunto a la encargada si hay mucha cola. Si tengo que esperar, me voy y
vuelvo otro día.
-¿Quiere que le corte el pelo
alguien en particular?
-No. Me da igual.
Una vez me cortó Vanesa, y me
gustó. Así que, a la siguiente vez que volví, respondí:
-Sí, Vanesa.
-Lo siento, Vanesa está muy
liada. Hoy no va a poder. Si quiere a Vanesa, lo mejor será que llame por
teléfono para pedir cita.
-Creía que no se podía pedir
cita…
-Y no se puede. Pero para Vanesa,
sí.
Ahí se acabó mi relación con Vanesa.
Que me lo corte quien sea.
Otra vez me tocó a Felipe. Era un
chico regordete y gay. Simpático, hablador, y muy amanerado. Tenía unos dedos cortos que parecían salchichas, las
cara redonda, los ojos pequeños y vivaces, y llevaba el pelo rapado a
maquinilla. Como mucho, al dos.
Realmente, no me tocó. Me eligió
el.
-¡Yo le atiendo!- Casi gritó
apenas asomé por la puerta del local. No es que me importe demasiado,
pero siempre he tenido la sensación de que le gusto a los chicos (a los chicos
a los que les gustan los chicos, se entiende).
Lo de Felipe fue toda una
experiencia. En serio. Nadie. Nadie jamás de los jamases, me ha lavado el pelo como me lavaba Felipe. ¡Qué tío!
Esperaba a que el agua estuviese a la temperatura justa. El chorro de la ducha
con la presión adecuada, tirando a flojito. Me mojaba la cabeza con parsimonia
y extendía el jabón con cuidada suavidad por toda la cabeza, eternizándose en un masaje
que terminaba en las sienes y remataba en la nuca. Despacio y con cariño. Recreándose. Con la punta de
los dedos sin apretar casi, moviéndolos en círculos… Cerré los ojos y le dejé
hacer. ¡Tuve la tentación de volver al día siguiente, solo para que me lavara
la cabeza!
Con Felipe sí repetí. No estaba
tan solicitado como Vanesa. Igual es que no se esmeraba de la misma manera con
la cabeza de las señoras… No lo sé. El caso es que duró poco. Dos o tres veces,
no más. Me contó que vivía en Fuenlabrada y que quería abrir su propia
peluquería en Chueca. Me pareció de lo más apropiado por su parte. Cuando volví
a preguntar por él, ya no trabajaba allí. Quise suponer que habría hecho
realidad su sueño, pero preferí no indagar. Si me planto en una peluquería de
Chueca a que me den un masaje en la cabeza, podría haber dado lugar a algún
tipo de malentendido.
Esta mañana me he cortado el
pelo. Tenía que hacer un recado por Madrid y terminé antes de lo que había
previsto la hora del tíquet de la O.R.A., que ahora no se llama así. Se llama
S.E.R., que no sé qué significa (tampoco sé lo que significaba lo otro). Había
una peluquería de Marco Aldany en
frente de mi coche y aproveché. Hace días que quiero cortármelo y no encuentro
el momento (y echo de menos los dedos de Felipe, ¡ay!).
Había una fotografía gigante de
un rubio macizo y bronceado, con barbita de tres días en el escaparate. "Hombres 9,99 €".
Perfecto para tiempos de crisis. Y si me dejan como al de la foto, ni te
cuento.
-Hola buenos días. ¿Tengo que
esperar mucho para que me corten el pelo?
-Hola buenos días.- Me respondió
la mujer del mostrador detrás de la caja. No le pregunté su nombre. Rubia
también, aunque teñida. Pelo liso, por los hombros. Delgada. Sonrisa correcta,
aparentaba algo más de cincuenta.
-No. No mucho. Unos diez minutos.
-Vale. Espero.
Me senté en un silloncito y me
puse a ojear El Mundo. No suelo leer
ya la prensa, porque me pone de mal humor. El titular de la portada: "Una empresa de
chorizos vincula el escándalo de los ERE con el de UGT-A". ¡Bordado! Hoy
el periódico abre con páginas de humor (es que ya no queda otra que reírse…). A
la cuarta página, y cuando empezaba a sentir nauseas, aparece Luis.
Metro ochenta, por lo menos. Ancho de hombros. Cachas, pero sin pasarse. Vaqueros y camiseta. Acento cubano. Pelo muy corto
ensortijado. Moreno. Y con esa sonrisa blanquísima que sólo los negros tienen.
-¿Está esperando para cortarse el
pelo?
-Sí.
-Pues venga conmigo.
-¿Me lo va a cortar usted?
-Sí.
Le seguí escaleras abajo. El
local era enorme y no me había dado cuenta de que tenía, además, otra planta en
el sótano.
-Siéntese aquí, por favor.- Me
señaló el sillón de barbería, delante del espejo. No había otro, y no había
nadie más. Sesión privada de peluquería, pensé. La bacía quedaba detrás del
sillón, a un par de metros.
-¿Cómo quiere que le corte? ¿A
maquinilla, a tijera o con ambas?
Me dejó descolocado. Nunca sé
cómo responder a esa pregunta. En serio. No sé cómo explicar cómo quiero que me
corten el pelo. Me parece la pregunta más subjetiva. ¿Corto? ¿Qué entenderá el
peluquero por corto? ¿Me meterá la maquinilla al uno? ¿No muy corto? Salgo
igual casi que entré, pero con diez euros menos… Ahora, que lo de darme a elegir
el instrumental, resultó una novedad. En las peluquerías de barrio, hace muchos
años, la pregunta era "¿A navaja, o a tijera?" La última vez que me
hicieron esa pregunta fue este verano en la de Oscar. Sí, sé que se escribe Óscar, pero es que en Cangas, yo toda
la vida he escuchado nombrar al peluquero con el acento cambiado. La peluquería
de Oscar, es mi única peluquería "fetiche". Allí me corto el pelo
todos los veranos que he ido a Cangas desde que era muy niño. Entonces, me acompañaba
mi abuelo. Le recuerdo con un gesto entre solemne y socarrón, mientras Oscar
padre me invitaba a sentarme en el sillón sobre un taco de periódicos, para
compensar mi estatura de chiquillo. Cuando mi abuelo faltó, fue mi padre quien
me llevaba. Me encanta que me lo corten a navaja. El ris-ras que hace la
cuchilla contra el pelo y los movimientos acompasados de los brazos del
peluquero, alternando las pasadas de la hoja en una mano con el peine en la
otra.
Fui sincero:
-Nunca sé explicar cómo quiero que
me corten el pelo- le espeté con una sonrisa de timidez. Es un tipo de sonrisa
que viene muy bien para estas situaciones. Tengo una amiga que la utiliza con
frecuencia, así como bajando un poco la cabeza y mirando con ojitos hacia
arriba, y que me desarma cuando lo hace. A mí no me sale igual. Tampoco
pretendía desarmar al peluquero.
-Así, más o menos. Por aquí- Me
cogí el pelo entre los dedos, mirándome al espejo, mostrándole la medida del
corte.
-No sé, corto, pero que no me
quede de punta- añadí. -Me peino con la raya a la derecha y no uso gomina.
Luis se estaba rompiendo de risa
por dentro. Lo vi en sus ojos. Pero el gesto, incólume. ¡Muy profesional!
-¿Y a tijera o a maquinilla...?
Siempre me lo corto a tijera.
-Entonces, lo quiere con el mismo
estilo, pero un poco más corto- sentenció.
-Será así- pensé. Tampoco era
cuestión de entablar un debate sobre semántica. Se puso manos a la obra.
-Normalmente, me lavan la cabeza
antes de empezar a cortarme el pelo- le dije (yo, añorando a Felipe, claro).
-Yo prefiero lavar el pelo al
cliente cuando termino de cortarle. Si es que luego no va a ir a su casa a
ducharse, es muy molesto estar con los pelitos, que le pican a uno, por el
cuello de la camisa todo el día.
-Sí, pero lo que me dicen otros
peluqueros es que es mejor cortar el pelo mojado que seco.
-Es mejor para el peluquero,
porque es más fácil. Pero no para el cliente. Yo prefiero cortar el pelo en
seco, porque así sé cómo va a quedar.
Son apasionantes las
conversaciones en las peluquerías. Allí siguió explicándome Teoría del Arte del Corte de Pelo, mientras mechones del mío iban tapizando la sábana que me cubría los hombros.
-Depende del tipo de pelo,
también. Y de la parte de la cabeza. Por arriba, se lo voy a mojar.
Pasé un rato divertido escuchándole.
Cumplió su palabra y me lavó la cabeza. El agua fría y el enjabonado rutinario.
Al terminar, me acompañó hasta la caja. Nos dimos la mano y, yo a él, una
propina. Me había caído muy simpático el cubano.
-Me llamo Daniel. ¿Y usted?
-Luis.
-Me ha gustado mucho cómo me ha
dejado. Muchas gracias.
-Es que Luis es mucho Luis-,
sentenció la rubia de la caja.
-Sí-, pensé yo. -Pero nunca nadie me ha
lavado la cabeza como Felipe.