domingo, 26 de julio de 2015

La pasión de Lánder



Encontré el manuscrito entre las hojas de un libro usado que descubrí en una antigua librería de viejo, en la calle San Juan, en Logroño. Piedra de Rayo era el sugerente nombre del negocio, con estantes llenos de viejos tomos cubiertos de polvo. Había pasado muchas veces por aquella calle y nunca me había percatado de la presencia de ese local. Regentaba la librería un hombre de más de cincuenta años, pelo blanco recogido con coleta y barba larga, que amarilleaba alrededor de la boca a consecuencia del tabaco. Consultaba un catálogo, absorto detrás del mostrador, sin parecer percatarse de mi presencia. Paseando entre los estantes, llamó mi atención un libro con pastas de piel que sobresalía entre otros tomos apilados en una esquina. Lo cogí. Se trataba de una edición en francés de “Lancelot ou le Chevallier del la charrete”, la tercera novela escrita por Chètrien de Troyes a finales del siglo XII. Lo abrí. La edición estaba fechada en París el 21 de enero de 1793 ¿De qué me sonaba esa fecha? Los bordes del papel estaban amarillos, envejecidos. Me dirigí al librero, que tardó un rato muy largo en levantar la cabeza de sus papeles. Me observó, como escudriñándome. Agarró el libro de mis manos y se giró buscando una bolsa donde guardarlo.

-¿Qué le debo?

-Nada. Le estaba esperando.



Puedes saber cómo sigue la historia en "A través del tiempo en busca del Santo Grial". Es una recopilación de relatos. "La pasión de Lánder" es uno de los que yo he escrito, pero hay más.



Este libro en formato digital ha sido un proyecto entre seis amigos, que nos ha divertido mucho sacar adelante. Los beneficios que se obtienen de su venta son destinados a una asociación benéfica (Cáritas de Alcalá de Henares).

Lo puedes adquirir por 5 € en el siguiente link






jueves, 23 de julio de 2015

Acostarse


Me acerco al borde de la cama.
Por esa ventana sin persianas se filtra un poco de la luz de las farolas de la calle, que borra la noche haciéndola penumbra.
Así, la silueta de tu pelo se dibuja como a carboncillo.
Quedo quieto, de pie, velando un rato tu sueño. Me gusta mirarte. Al rato me desnudo en silencio y busco un hueco bajo el edredón, juntándome a ti.
Paso el brazo por encima de tu cintura, estiro el cuello oliendo tu pelo y, tras rozar con los labios tu mejilla, te susurro un buenas noches y un te quiero en el oído.
Y al apoyar de nuevo la cabeza en la almohada, aunque no puedo ver tu rostro, siento que sonríes.


Te acercas al borde de la cama.

En esta casa sin persianas, los párpados, cerrados en mi duermevela, no me dejan sentir la poca luz que viene de la noche amarilla de farolas de ciudad. Te espero, acostada de lado, dándote la espalda. Noto tu quietud y tu mirada. Al rato, llega a mí el sonido del roce de la ropa al desprenderse de tu piel y el contraste del calor de tu cuerpo al arrimarte, con el frío que se cuela por el hueco del edredón que levantas despacio.
Posas el brazo rodeándome la cintura. Me rozas con un beso la mejilla y con un te quiero los oídos.

Y cuando retiras la cabeza, dejándola caer sobre la almohada, no puedo evitar que se me escape una sonrisa.