sábado, 31 de mayo de 2014

Tarde de okupas.

Es miércoles, y en el bar de mi edificio de okupas favorito hay más ambiente que en otras ocasiones. También es más temprano. Desentono un poco en el paisaje con mi camisa de Paul & Shark y mis náuticos azules, pero en este lugar a nadie le importa el aspecto de los demás. El portal es amplio. Al fondo, las escaleras que suben a los otros pisos. A la izquierda, el bar. A la derecha hay una puerta cerrada.

Entro en el bar, que es un local amplio. La barra está atestada. Venden la cerveza en botellas. De tercio y de litro. A un euro y medio la Estrella. La gente fuma, y no precisamente tabaco. El olor dulzón es agradable. Sobre una tarima hay un tipo flaco que lleva una visera de fieltro. Es de Quito y canta de pie, con el micrófono pegado a la boca y la guitarra sujeta con una bandolera. 



Soy insumiso y estoy orgulloso de serlo. Al uniforme y al fusil no quiero ni sí quiera olerlo. 

La música es pegadiza, con ritmo country, y el hombre no entona mal. Las letras de las canciones, a juego con el lugar. 

En el pasillo que conduce al baño hay una habitación que aloja una tienda. Libros de segunda mano, mermeladas caseras ecológicas... Sentado detrás de una mesa y de la pantalla del ordenador está Xaime. Es gallego. 

–¿Te importa que cotillee un rato?

– Claro que no. 

Doy una vuelta por la habitación. Ojeo las estanterías. 

– ¿Vivís en el edificio?

– No. Es un centro cultural. Aquí no vive nadie. Solo está para las actividades.

–¿Y qué dice la propiedad?

Sonríe. 

–Quiere que nos vayamos. 

–¿Y si les pagaseis un alquiler?

–Hemos querido negociar con ellos. Les hemos propuesto pagar una renta. No quieren negociar nada. El edificio está parcialmente en ruinas Hemos hecho arreglos. A las dos últimas plantas no se puede ni entrar.

–No les mola que estéis aquí, supongo. ¿Y entonces?

–Aguantaremos hasta que nos echen. 

–¿Y luego? ¿Os iréis a otro edifico?

– O no. Depende de si la gente quiere que siga el proyecto. Nos regimos por una asamblea que se reúne todas las semanas y está abierta a todo el que quiera. Todo el mundo puede participar en las actividades y no se cobran por ellas. 

–¿Cómo cubrís gastos?

–Con las bebidas. Se cobran a precio de coste y un poquito más, para pagar la luz y el agua. 

–¿Y los arreglos del edificio? 

–Los hacemos nosotros. Solo compramos la pintura o los materiales. 

–¿Y no tenéis problemas con Sanidad?

–Todos.

Se ríe de nuevo. El reto es desafiar las normas. El premio, dar quehacer a los representantes de la Administración o de cualquier institución que simbolice autoridad. 

–Con Sanidad, con el ayuntamiento, Justicia, Asuntos Sociales, la policía.... Tenemos inspecciones casi todos los días. 

Me despido con un apretón de manos y salgo al portal. Tengo curiosidad por ver qué hay al otro lado de la puerta cerrada. Abro y sonrió. Me saluda la pared de enfrente, pintada con un colorido mural, y un improvisado salón de baile donde más de veinte parejas trajinan tangos. Requiebros, paradas, arranques. Las piernas se cruzan y separan. Vueltas. Miradas. 

Camino fintando entre los bailarines buscando hueco, hasta llegar a la pared del fondo. Huele a sudor y a comino. Me apoyo a observar la danza. 

Es flaca. Lleva una falda plisada de fieltro negro y el pelo recogido con una trenza sobre la cabeza. Baila con la chica de los botines de piel. 

Este otro –repeinado con gomina, americana verde gris de cuadros, mocasines marrones y léntigo en la cara– pasa de los setenta. Su pareja de baile no llega a los cuarenta y peina un moño sujeto con una horquilla adornada con una rosa de tela.

Aquella del pelo teñido de color caoba, se deja llevar por el paso seguro del hombre de camisa de rayas azules y negras y de gesto triste. Ella viste un suéter, también de rayas del mismo color, pero horizontales. Como un gondolero. 

Una mujer aprovecha una pausa en la música y riega el suelo con polvos de talco. Para que los pies se deslicen mejor cuando acaricien el suelo al son del bandoneón.


El tango tiene una vida escondida detrás de cada compás y de cada verso. Esta gente del salón esconde la suya tras los pasos del baile y el gesto trascendente. Han terminado de esparcir el talco. Vuelve la música. Entonces suena ese de Gardel que tanto le gustaba a Félix. Te acercas a mí, nos miramos, me tiendes tus brazos y salgo a bailarlo contigo. Esta noche hay estrellas en el cielo.