viernes, 26 de agosto de 2016

A la luz del cigarro.

Cuando éramos niños, Fito nos llevaba a pescar a mi padre y a mis hermanos a bordo del Breamo, haciendo que nos acompañara Lameiro “El Viejo”. Quedábamos en el embarcadero del puerto de Puentedeume antes del amanecer, con las legañas pegadas a los ojos y un jersey para protegernos del relente de la madrugada de agosto de la ría de Ares. En aquellos tiempos en que no había GPS, nuestra carta de navegación eran los conocimientos del viejo pescador, que se presentaba en el muelle con dos cubos de plástico llenos de arena de la ría, recogida cuando la bajamar. La arena húmeda, que parecía lodo, estaba plagada de “miñoca”, un gusano que debía de ser un manjar para las fanecas. Lameiro guiaba a Fito por la mar plana de la ría hasta triangular al Breamo con el campanario de la iglesia de Ares, la Marola –un peñón que marca el límite donde la ría se abre al océano en su desembocadura–, y otro punto de la costa que nunca nos revelaba. Esas líneas invisibles marcaban el lugar donde un pecio hundido servía de cobijo a un ingente banco de peces. Allí, fondeábamos el barco y, con unos aparejos caseros que llevaban el plomo al final del sedal y cuatro o cinco anzuelos anudados un palmo por encima, llenábamos cubos de pescado. Algunas veces, por casualidad, se enganchaba algún pulpo. Lo notábamos por la tensión del sedal, que nos obligaba a tirar con  mucha fuerza. Cuando lo veíamos asomar por la superficie del agua, corríamos a alcanzar la red sujeta por un aro al final de un palo, para intentar atraparlo antes de que se desenganchara y se escapara, nadando hacia el fondo, entre una nube de tinta.

En otras ocasiones, con el motor del barco al ralentí, pescábamos al curricán atravesando los bancos de parrocha, que delataban su presencia porque hacían “hervir” el agua lisa de la ría por allí por donde nadaban. Un poco más profundo, las xardas voraces, que las perseguían, algunas veces las confundían con la sardinilla artificial de plástico brillante, anudada al final de nuestros sedales, y que tenía en la cola un anzuelo de cuatro puntas, como el ancla de rejón que llevábamos a bordo. Fito se cubría la cabeza con su gorra marinera de plato, blanca y con la visera azul y un ancla bordada en la frente, y hablaba por la radio del barco en una jerga que, para mis oídos de niño, sonaba entre cómica y solemne:

–Aquí el Breamo en barra náutica. ¡Atención! ¿A ver si me copias? Cambio.

Aquellas mañanas de pesca terminaban en banquete en La Penela, el club náutico de Cabañas, donde nos preparaban nuestras capturas fritas y rebozadas en harina.

En otros ratos del verano, Fito venía a Cangas y mi padre hacía una paella en el alto del Acebo o en el puerto de Leitariegos. Nos trasladábamos por esas carreteras preñadas de curvas y baches “a bordo” de su “Dos Caballos” amarillo, al que había quitado la capota. De pie sobre el asiento de atrás y agarrados a la barra del techo, sus hijos, mis hermanos y mis primos cantábamos “A la luz del cigarro voy al molino”, entre risas y a pleno pulmón, jaleados por Fito que nos pedía que la repitiéramos una y otra vez. Otra se sus melodías preferidas era “El Cóndor Pasa”. La tenía grabada en un casette de música andina y me la hizo aprender a tocar con la flauta.

Recuerdo a Fito siempre de buen humor y gastándonos bromas a los niños. Era un maestro de la socarronería gallega, que nos amenazaba con “fondearnos” si no obedecíamos sus órdenes de capitán. Afable y temperamental a la vez, con una personalidad fuerte, envolvente y atractiva, levantaba la voz al hablar. Rígido en sus convicciones –alguien las llamaría rarezas–, siempre he creído que sus cabreos eran fingidos, pues se le terminaba por escapar la sonrisa después de abroncar.

En las contadas ocasiones en que hablábamos por teléfono, la conversación empezaba entonando los dos “A la luz del cigarro”. Luego me preguntaba por mis padres, mis hermanos y las perrusquiñas, que era el apelativo cariñoso con que se dirigía a las niñas.

La última vez que le vi fue en la terraza del Martiño. –¡Coño! ¡Atención, tripulación! ¡ ¡Cuádrense: capitán en cubierta!– Fue su saludo, al que le respondí –¡A la orden mi almirante!–, antes de fundirnos en un abrazo.

Adolfo Rey Seijo –Fito– era marinero y era cirujano. No creo que hubiera podido ser una cosa sin la otra. También era gallego. Mamó la mar en la desembocadura del Eume, y su vocación le llevó a embarcarse como cirujano de la Armada. Para mí, ha sido una mezcla de padre, hermano mayor, amigo, mentor y, además, compañero de oficio. Cuando recibí la noticia de su partida, me encontraba en Melilla con la primera cerveza que encontré tras cinco días de abstinencia en Marruecos. No puede ser casualidad que, por esas latitudes, fuera una “Estrella de Galicia”, ni que un par de horas después me tuviera que embarcar rumbo a Almería.

Desde el puente que asoma a la proa de este barco –el Sorolla– escribo estas líneas en tu memoria. El viento frío y húmedo me alborota el pelo. Igual que de niño, en aquellos amaneceres de verano, cuando me sentaba en la proa del Breamo mirando romper las olas contra la quilla. Y, mirando a al mar, me pongo a cantar “A la luz del cigarro”. No se me ocurre que pudiera hacerte mejor homenaje, Fito, ahora que estarás navegando entre las estrellas a bordo del Breamo.

Desde el Mar de Alborán, el 26 de agosto de 2016.


“A la luz del cigarro voy al molino.
Si el cigarro se apaga,
si el cigarro se apaga,
si el cigarro se apaga, morena, yo voy contigo.”


8 comentarios:

  1. Daniel, soy José, muchísimas gracias, sin palabras...me has emocionado.
    Como a un General, te pido permiso para compartirlo.
    Un abrazo enorme.

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    1. Es público, José. No tienes que pedirme permiso. Es tuyo.
      Otro abrazo para todos vosotros.

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  2. Daniel, soy José, muchísimas gracias, sin palabras...me has emocionado.
    Como a un General, te pido permiso para compartirlo.
    Un abrazo enorme.

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    1. Un abrazo muy fuerte, José. ¡Claro que puedes compartirlo!
      Tu padre era un gran hombre y se hizo querer.

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  3. me gusta cuando escribes y esta no es una excepcion.....gracias

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  4. Soy Gema Caballero, hija de un paciente suyo y gran admiradora de sus relatos. Gracias por escribir tan bonito y hacernos participes de ello..por cierto por Aliste tambien se entona este cántico

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    1. Gracias Gema. Sí, le pega mucho a este cátntico ser alistano...
      Un saludo.

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