miércoles, 6 de enero de 2016

Noches blancas de hospital…


Así empieza una estrofa de la canción de Navidad de José Luis Perales.

Esta noche mágica de Reyes me toca que sea noche de hospital aunque, este año, muy blancas no están siendo las navidades. Esta mañana me he cruzado a los Magos por un pasillo. De la planta de Pediatría ha salido una niña tras ellos, en su búsqueda, vestida con pijama, tirando del brazo de su abuela.

–¡Quería pediros una cosa!

El rostro de la niña mostraba reverencia y respeto, y tenía que esforzarse para que se oyera su voz. Los magos la escuchaban con atención.

–Dinos –dijo Melchor.

–Que esta noche los regalos, que no los llevéis a Logroño, que los traigáis aquí a Fuenlabrada.
Por el rabillo del ojo pude ver la sonrisa cariñosa, tierna y triste a la vez de la abuela de la niña.
No quise decir nada, pero yo he visto llegar a los Magos a Logroño. Venían en helicóptero. Atravesaban volando toda la ciudad y aterrizaban en el campo de fútbol de Las Gaunas. Después, en una limusina, recorrían las calles hasta El Espolón. Desde allí, subidos al escenario del quiosco de la banda de música, saludaban a los niños. Esta noche tienen que volar hacia aquí. Estaré atento por si oigo el batir de las aspas del rotor cuando se posen en el aparcamiento. Ahora hay sitio. Los coches de los que quedamos de guardia ocupan poco espacio.

Andamos todos con prisas en estos días. Resulta divertido quedarte parado en mitad de las prisas de los demás y observarles. En la planta de juguetes de El Corte Inglés, por ejemplo. Entonces, aprecias que hay mucha gente que zigzaguea y dribla entre los expositores con el teléfono pegado a la cara. Llegan retazos de sus conversaciones.

– ¿De qué color lo quería?

– ¿Cómo se llamaba la muñeca?

–Creo que voy a cogerle un Yoda de peluche.

Todos los del teléfono en la oreja son hombres, y me río porque yo he hecho lo mismo o estoy a punto de hacerlo.

Tengo una sonrisa en el corazón mientras escribo, porque me estoy acordando de la magia de todas y cada una de estas noches y, en especial, de estos últimos años.

El año pasado la magia vino en una bolsa grande de tela de rafia de cuadros azules y tenía nombre de mujer. El anterior, en la sonrisa de un bebé que lograba zafarse por fin del respirador y de la muerte. En el otro más atrás…

Siento la ilusión de saber que esta noche también habrá magia y me tocará de cerca, aunque aún no sé cómo. Eso la hace más mágica aún.

Por ahora lo único blanco que hay en esta noche de hospital es mi bata. Y mi amiga, esa que viste con capa oscura que le cubre el rostro, no anda por aquí. Solo he visto una estrella y… ¡Espera! ¡Se escucha un ruido! Como las hélices de un helicóptero… ¡Ahora vuelvo!


Feliz Noche de Reyes.
Solo he visto una estrella y…

viernes, 1 de enero de 2016

En la fábrica tengo un Kalashnikov pero normalmente no lo uso.


De todos los tópicos y rituales de la Nochevieja, uno que me faltaba por cumplir era correr la San Silvestre vallecana. Durante muchos años he pasado el 31 de diciembre fuera de Madrid o, si no, he tenido guardia.

La gente corre disfrazada
Ayer pude, por fin, participar en esta “ceremonia” que tenía pendiente y me resultó muy divertido. Divertido ver el buen humor de la gente que corre disfrazada de las cosas más variopintas (personajes de Super Mario Bross, de la Guerra de Las Galaxias…) o tocada con gorros de todo tipo, más frecuente el de Papá Noël. Divertido por el ambiente festivalero que tienen todas las carreras, pero más esta que se celebra en la noche más festiva del año. Divertido por el “subidón” que te entra en la línea de salida, formada por dos arcos con un escenario elevado en el medio donde un grupo toca rock, como en la proa del camión de Blade Runner, desde la que se ve toda la subida de Concha Espina rellena de puntitos naranjas. Divertido porque es mejor que las calles estén preñadas por eventos como este que cuando las tomamos por el cabreo o la indignación de turno. Divertido por las personas que se paran a vernos pasar, algunos con carteles de ánimo para sus familiares y amigos, y porque los niños estiran el brazo a nuestro paso para que les choques la mano.

Para quien no lo sepa, la carrera sale del Bernabéu y llega al estadio del Rayo. Arranca cuando aún es de día y transcurre por el Madrid iluminado de Navidad. Baja por Serrano hasta la Puerta de Alcalá. Tuerce hacia Cibeles y sigue Paseo del Prado abajo hasta Atocha. Luego, recorre toda la Avenida de la Ciudad de Barcelona y entra en Vallecas subiendo la Avenida de La Albufera. Las luces de los árboles, de los edificios emblemáticos de Madrid, de los cables luminosos que cruzan las calles por lo alto y las llenan de colores. La música de los grupos que tocan en Atocha, la arenga del guitarrista de la cuesta arriba de Vallecas dándonos ánimos. Empezar de día, terminar de noche... Alegoría del año que se acaba.  

Hay otro ritual al que no me gusta faltar y es el de las uvas. En casa, en lugar de verlas por la tele, las hemos "tocado" en una copa con un tenedor. La Nochevieja pasada lo hice igual y no se me ha dado mal el 2015, así que este año he repetido el concierto casero. En realidad es porque no soporto la retransmisión de las campanadas por televisión: los chascarrillos faltos de ingenio repetidos año tras año, los mismos comentarios, la publicidad... No culpo a los presentadores –ni Quevedo en sus mejores días, habría tenido ingenio para ser original en un lance tan monótono– pero me aburren mucho. 

Nunca he estado en la Puerta del Sol el día 31, pero sí el 30, en las “Preuvas”, en otra ocasión. Este año quise repetir, pero no pudimos pasar. Habían cortado las calles por exceso de aforo. Habíamos quedado en la calle Toledo para irnos entonando con unas cervezas, hicimos escala para apuntalar el estómago con un “bocata” de calamares y, al llegar a la entrada de la calle de Esparteros, donde la plaza de La Santa Cruz, una barrera de policías ya había cerrado el paso por exceso de aforo y desviaba a la gente hacia la Carrera de San Jerónimo y Alcalá, sugiriendo que quizás por allí aún estuviese abierto.


También la noche del 30, las calles estrechas del centro de Madrid estaban llenas de gente, en una particular carrera para acceder a Sol. Nosotros, con las uvas en la mano y la sidra en botella de plástico escondida bajo el abrigo, fuimos rodeando por donde nos iban dejando pasar, hasta que decidimos establecer el campamento delante del último control policial en la calle de de la Victoria. 

se ve la fachada de un bar
castizo con un sugerente nombre
Desde allí, mirando a donde termina la calle atravesada por la de La Cruz, se ve la fachada de un bar castizo con un sugerente nombre “Fatigas del Querer”. A esa distancia del reloj de Sol no se escuchaban las campanadas, pero no nos importó. Golpeando con una llave la verja que rodeaba un árbol y, ayudados por la tecnología del móvil de Javier, tocamos el carillón, los cuartos y dimos las campanadas, atragantándonos con las uvas, los lacasitos y las nubes de azúcar. Son las fatigas –y los logros– de querer.




Feliz Año 2016 desde las "preuvas"



P.D. El titulo de la publicación se lo he tomado prestado a mi amigo Alberto Sanjuanbenito. No tiene nada que ver. O sí. Pero eso es otra historia.