Hay un sueño que
tiene continuidad. Es como una serie. Por capítulos. Es tan real que a veces
dudo de algunos recuerdos, que no sé si me han ocurrido dormido o despierto. Es
una vida paralela.
Hoy ha vuelto a
ocurrir.
Hace calor en este
hotel de Málaga. Es lunes. Tengo una reunión de trabajo. Anoche me quedé
dormido con el ordenador sobre las piernas, repasando la presentación. Hice el
viaje en coche. Me gusta conducir y no me veo sometido al corsé de los horarios
de los trenes.
Luis y Arancha son
unos de mis mejores amigos. A Luis le conocí en la facultad de Económicas.
Arancha apareció más tarde. Es más joven que nosotros. Hemos pasado muchas
tardes de tertulia en su casa, en la mía. Son buenos conversadores. Me han
arropado cuando he tenido dificultades y siempre me han dado buenos consejos en
momentos de incertidumbre.
Me desperté con
desasosiego. Aún rondaban en mi cabeza las últimas imágenes vividas mientras
dormía, con esa sensación que no deja de fascinarme, de no saber seguro dónde
me encontraba. De procesar despacio que era solo un sueño. Y esto fue lo que
viví:
Esta noche estábamos
reunidos en una comida familiar. Mis padres, mis hermanas, y varios amigos. Ocupábamos
varias mesas redondas en el restaurante. No sé qué celebrábamos. Quizás el
bautizo de mi sobrina –estas son las cosas que tienen los sueños–. A Carmen, mi hermana mayor, se le veía
radiante y feliz. A los postres, Arancha subió a la tarima que había al fondo
del salón. El salón no era muy grande. Seis o siete mesas, quizás. Se acercó al
micrófono esbozando una sonrisa y anunció que tenía que darnos una buena
noticia.
–Enrique y yo vamos
a tener un hijo, –dijo. Y me señaló con una mirada adornada de sonrisa.
Habló calmada,
esperando a que se hiciera el silencio. Se sentía orgullosa de su estado. La
alegría que transmitía contrastó con el estupor de los asistentes. Y con el
mío. Yo ya sabía que estaba embarazada. Me lo había contado en otro sueño. Me
había hablado de sus dudas de que fuese mío o de Luis. No éramos amantes. Solo
amigos. De hecho nos veíamos poco. Fundamentalmente, de sueño en sueño, porque
en la vida real nos resulta difícil coincidir. Veo más a Luis, con el que quedo
a tomar una cerveza de vez en cuando algún día de diario al salir del trabajo.
A ella la veo cuando me invitan a su casa a cenar, y la última vez fue hace
casi un año. En los sueños, coincidimos más veces. Sé que una vez hicimos
el amor. No hay detalles. Solo la imagen de su espalda desnuda rodeada por mis
brazos, acostada sobre mí. Luego me contó lo de su embarazo. Debió ser en otra
entrega de capítulo de esta doble vida onírica. Los recuerdos no son nítidos.
Esta noche lo hizo público delante de todos. La primera cara que vi de estupor
–mezclada con rabia; es un hombre muy tradicional y demasiado preocupado por el
qué dirán– fue la de mi padre. Estaba sentado en otra mesa, cerca de la tarima
desde la que Arancha nos dio la noticia. No crucé mi mirada con la suya, pero
vi el gesto en su rostro antes de que lo girase hacia mí, y pude sentir sus
ojos clavados como puñales. La primera persona a la que busqué con la mirada
fue a Luis. Estaba dos mesas a mi derecha. Se había puesto en pie y se dirigía
hacia mí. Instintivamente me levanté de la silla y caminé a su encuentro. Su
rostro sereno esbozaba una sonrisa que acrecentaba la expresión de estupor de
todas las cabezas dirigidas hacia nosotros. Al encontrarnos me dio un abrazo
prolongado. Luego, sujetándonos aún por los hombros, me dio la enhorabuena.
–Arancha y yo hemos
hablado mucho sobre esto, Enrique. Pudo habérmelo ocultado y prefirió ser
sincera. Aprecio mucho su franqueza. Vuestro hijo puede criarse en nuestra
familia, con el resto de sus hermanos, si tú estás de acuerdo, y con tu
colaboración. Esto lo debéis decidir Arancha y tú. Mi casa estará siempre
abierta para ti.
La escena se
difuminó y reaparecí en una habitación con Aurora. Ambos estábamos de pie cara
a cara. Aurora es mi novia, también en la vida real. Desconozco el motivo –en
el sueño faltaban detalles–, pero no había acudido a la cena. Ahora me tocaba
darle la noticia que, estaba convencido, le iba a disgustar. Sus ojos lo decían
todo. Más de una vez me ha mirado así. Con una mezcla de dolor, admiración y
aceptación. No creo que nadie me haya amado jamás de forma tan sincera, tan
generosa, tan desinteresada. A medida que ha ido descubriendo mi manera de ser,
ha ido encajando aquellas facetas de mi carácter que podían ser menos
atractivas, aceptándome y deseándome tal y como soy. Sin pretender cambiarme.
–“Te quiero, aunque te rodees de mujeres a las que, sin querer o queriendo,
seduces; y me sigues encantando”–, me dijo en una ocasión mirándome con toda la
profundidad de esos ojos sinceros en los que se puede leer hasta el fondo de su
alma. Ahora su mirada también era de aceptación.
–Es contigo con
quien querría tener ese hijo, Aurora.
–Lo sé, Enrique. Y
yo sigo queriéndolo también.
Aquí es donde la luz
que se filtraba por la ventana, y el ruido de un martillo neumático abriendo
una zanja en la calle, me difuminaron las imágenes del sueño y tiraron de mi
consciencia hacia este lado exterior de la mente. Lo último que vi antes de
recuperar la lucidez, fueron los labios de Aurora fundiéndose con los míos.
Ahora estoy aún en
la cama meditando sobre todo esto. Me siento más tranquilo sabiendo que Aurora
no va a pasar este trago en la vida real. Y mucho más, al no tener que empezar
a acudir a casa de Luis y Arancha en concepto de padre-padrino. No tengo nada
claro que mi amigo hubiese encajado esta noticia con la misma deportividad a
este lado de la realidad. También tengo la certeza de la imposibilidad de la
noticia. Nunca me he acostado con Arancha y, a pesar de que es una mujer muy
atractiva y de esa fama de seductor que no se corresponde con el concepto que
tengo de mí, nunca he sentido la tentación ni el deseo.
Tendré que esperar
al próximo capítulo para saber si es niño o niña y cómo le vamos a llamar. Esto
es lo malo de la programación de los sueños. Que no hay programación. No sabes
cuándo emitirán el próximo capítulo y no puedes buscarlo en la red.
Y tendré que
preguntarle a Arancha si ella recuerda cómo fue cuando hicimos el amor, pues yo
solo guardo la imagen de su espalda. Ahora que me doy cuenta, no le he preguntado
nunca por sus sueños si ella está soñando lo mismo. Tendría gracia que estuviésemos
siguiendo la misma serie.
Y tendré que espabilarme, porque llego tarde a la reunión.
Y tendré que espabilarme, porque llego tarde a la reunión.