La florista se pasea por la vida regalando flores y cobrando sonrisas. En el metro. En el descansillo de la escalera. En el ascensor. En el super-mercado. En la calle.
En un instante, le arranca una sonrisa a cualquiera con el que se cruce. A un niño. A un anciano. A una mujer que pasea con su nieto. A un hombre que coge un yogur del estante refrigerado.
No sé dónde guarda las sonrisas. Creo que las necesita para poder respirar.
La florista lleva una flor en el pelo.
Sonrisas y flores. Ambas cosas alegran la vida. Y mucho.
ResponderEliminarMuy hermoso el escrito, Daniel.
Saludos.
También alegra la vida un comentario así. Con él me ha regalado una flor y me ha arrancado una sonrisa. Igual que hace la florista de este pequeño relato con cada persona con la que se cruza por la vida.
EliminarMuchas gracias, Mari Carmen.
Un saludo.