viernes, 1 de enero de 2016

En la fábrica tengo un Kalashnikov pero normalmente no lo uso.


De todos los tópicos y rituales de la Nochevieja, uno que me faltaba por cumplir era correr la San Silvestre vallecana. Durante muchos años he pasado el 31 de diciembre fuera de Madrid o, si no, he tenido guardia.

La gente corre disfrazada
Ayer pude, por fin, participar en esta “ceremonia” que tenía pendiente y me resultó muy divertido. Divertido ver el buen humor de la gente que corre disfrazada de las cosas más variopintas (personajes de Super Mario Bross, de la Guerra de Las Galaxias…) o tocada con gorros de todo tipo, más frecuente el de Papá Noël. Divertido por el ambiente festivalero que tienen todas las carreras, pero más esta que se celebra en la noche más festiva del año. Divertido por el “subidón” que te entra en la línea de salida, formada por dos arcos con un escenario elevado en el medio donde un grupo toca rock, como en la proa del camión de Blade Runner, desde la que se ve toda la subida de Concha Espina rellena de puntitos naranjas. Divertido porque es mejor que las calles estén preñadas por eventos como este que cuando las tomamos por el cabreo o la indignación de turno. Divertido por las personas que se paran a vernos pasar, algunos con carteles de ánimo para sus familiares y amigos, y porque los niños estiran el brazo a nuestro paso para que les choques la mano.

Para quien no lo sepa, la carrera sale del Bernabéu y llega al estadio del Rayo. Arranca cuando aún es de día y transcurre por el Madrid iluminado de Navidad. Baja por Serrano hasta la Puerta de Alcalá. Tuerce hacia Cibeles y sigue Paseo del Prado abajo hasta Atocha. Luego, recorre toda la Avenida de la Ciudad de Barcelona y entra en Vallecas subiendo la Avenida de La Albufera. Las luces de los árboles, de los edificios emblemáticos de Madrid, de los cables luminosos que cruzan las calles por lo alto y las llenan de colores. La música de los grupos que tocan en Atocha, la arenga del guitarrista de la cuesta arriba de Vallecas dándonos ánimos. Empezar de día, terminar de noche... Alegoría del año que se acaba.  

Hay otro ritual al que no me gusta faltar y es el de las uvas. En casa, en lugar de verlas por la tele, las hemos "tocado" en una copa con un tenedor. La Nochevieja pasada lo hice igual y no se me ha dado mal el 2015, así que este año he repetido el concierto casero. En realidad es porque no soporto la retransmisión de las campanadas por televisión: los chascarrillos faltos de ingenio repetidos año tras año, los mismos comentarios, la publicidad... No culpo a los presentadores –ni Quevedo en sus mejores días, habría tenido ingenio para ser original en un lance tan monótono– pero me aburren mucho. 

Nunca he estado en la Puerta del Sol el día 31, pero sí el 30, en las “Preuvas”, en otra ocasión. Este año quise repetir, pero no pudimos pasar. Habían cortado las calles por exceso de aforo. Habíamos quedado en la calle Toledo para irnos entonando con unas cervezas, hicimos escala para apuntalar el estómago con un “bocata” de calamares y, al llegar a la entrada de la calle de Esparteros, donde la plaza de La Santa Cruz, una barrera de policías ya había cerrado el paso por exceso de aforo y desviaba a la gente hacia la Carrera de San Jerónimo y Alcalá, sugiriendo que quizás por allí aún estuviese abierto.


También la noche del 30, las calles estrechas del centro de Madrid estaban llenas de gente, en una particular carrera para acceder a Sol. Nosotros, con las uvas en la mano y la sidra en botella de plástico escondida bajo el abrigo, fuimos rodeando por donde nos iban dejando pasar, hasta que decidimos establecer el campamento delante del último control policial en la calle de de la Victoria. 

se ve la fachada de un bar
castizo con un sugerente nombre
Desde allí, mirando a donde termina la calle atravesada por la de La Cruz, se ve la fachada de un bar castizo con un sugerente nombre “Fatigas del Querer”. A esa distancia del reloj de Sol no se escuchaban las campanadas, pero no nos importó. Golpeando con una llave la verja que rodeaba un árbol y, ayudados por la tecnología del móvil de Javier, tocamos el carillón, los cuartos y dimos las campanadas, atragantándonos con las uvas, los lacasitos y las nubes de azúcar. Son las fatigas –y los logros– de querer.




Feliz Año 2016 desde las "preuvas"



P.D. El titulo de la publicación se lo he tomado prestado a mi amigo Alberto Sanjuanbenito. No tiene nada que ver. O sí. Pero eso es otra historia.


2 comentarios:

  1. Nunca he estado en la Puerta del Sol, para tomar las uvas, ni me llama la atención, y la San Silvestre me parece una carrera (como todo ese tipo de carreras) para valientes y yo nunca lo he sido, me temo :)

    ¡Que el año que comienza, pues, sea para recordar y no precisamente por el dicho ese de... año bisiesto, año siniestro. Muchos ya hemos tenido una dosis bastante grande con el 2015 y tan sólo le pedimos al 2016 un peu de bonheur, como diría un francés (¡anda!, y me ha salido un pareado o un 'trireado', algo así :).

    En fin, bromas aparte, doctor Huerga, ¡Feliz 2016 para usted y su familia!

    Saludos



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    1. Lo bueno de la San Silvestre de Madrid es que es casi todo cuesta abajo.. Se puede quedar con unos amigos, disfrazarse, y retirarse cuando uno se canse de hacer el ganso, que es un deporte más sano aún que correr.

      Yo tampoco he estado nunca el 31 en la Puerta del Sol. Lo de las "preuvas" del 30 por la noche es un buen sustituto a lo de Nochevieja, con menos gente y las mismas ganas de pasarlo bien que uno le quiera echar.
      Le animo a que lo pruebe.

      De cualquier manera, muchas gracias por su comentario y por sus buenos deseos, que se los mando también a usted y a su familia.

      Seguro que el 2016 es mejor.

      Un saludo. Feliz Año Nuevo.

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