lunes, 7 de abril de 2014

La peonza

Observo a un niño jugar con una peonza.

Enrolla la cuerda, la lanza al aire y la recoge girando en la palma de su mano.


La deja caer al suelo. Sigue girando. Le da una vuelta al cordón por la punta, da un tirón hacia arriba y la lanza de nuevo al aire para que caiga en su mano otra vez.


Y así, hasta que la peonza deja de rotar.


Estoy en el vestíbulo de la entrada del colegio de mis hijas. Es jueves y he venido a recoger a Jimena. Le gusta quedarse un rato en la biblioteca al terminar las clases. Se siente mayor. Lo que más le gusta es que la avisen por megafonía. Se siente importante.


–¡Jimena Huerga, te esperan en portería!


Tarda en bajar. Mientras espero, observo al niño jugar con la peonza.


Aparece al fin con la mochila llena de libros a la espalda y el abrigo nuevo en la mano. Arrastrándolo por el suelo. Si lo ve su abuela (mi madre), pone el grito en el cielo. Se lo regaló ella.


Siempre aparece sonriente cuando cruza la puerta. Hoy no.


–Hola Jimena.


–Hola.


–Ponte el abrigo, que hace frío. Ten cuidado, no lo arrastres, que se ensucia. Trae la mochila, anda, que te la llevo yo.


No sé qué llevan en las mochilas para que pesen tanto; bueno, sí lo sé: un cargamento de libros. Salimos a la calle.


–¿Qué tal?


–Mal.


–¿Y eso?


Arranque de sollozos.


–¡Me han castigado por culpa de un niño!


Cambia a llanto con hipidos.


–A ver. Tranquilízate. Espera un poco, respira hondo, deja de llorar y me lo cuentas.


Le paso el brazo por el hombro. Caminamos. No controla el llanto.


–Venga, cuenta. Qué ha pasado.


–¡Que me han castigado! A mí y a otra niña. Es que ese niño es tonto. Se ha puesto a molestarnos desde la puerta tirándonos un avión de papel. Le hemos dicho que nos dejara en paz. No nos ha hecho caso. Se lo hemos dicho a la bibliotecaria y nos ha castigado.


Palabras entrecortadas por las lágrimas.


–Pero os ha castigado ¿a qué?


–Nos ha castigado. ¡Teresa es tonta!


No responde a la pregunta. Teresa es la bibliotecaria. Omito cualquier comentario a su juicio de valor: no conozco a Teresa.


–¿A qué os ha castigado? ¿Os ha echado de la biblioteca?


–Sí. No ha dicho que nos fuéramos, que estábamos molestando. ¡Nosotras no hacíamos nada! ¡Era el niño que nos tiraba un avión...!


–¡Pero eso es estupendo! ¡Así habéis podido jugar en el patio todo este rato!


Yo, en plan positivo.


–No hemos ido al patio.


–¿No? ¿Y qué habéis hecho?


–Nada. Nos hemos quedado en la puerta de la biblioteca.


–¿Por qué?


–No sé.


Retoma el llanto.


–¡Y es que no he podido hacer los deberes!


–Bueno... No importa. Así los haces conmigo ahora en casa. Yo te ayudo.


(16-1-2014, una tarde de jueves).


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