viernes, 13 de septiembre de 2013

El coche pierde aceite



Salía del trabajo con andares graciosos. Los suyos. Así como dando saltitos. Enfundada en unos pantalones pitillo de cuero imitación, y con la cabeza en otra cosa. El tiempo justo para recoger a los niños del colegio.

El coche aparcado en batería con el morro mirando a la calle, el culo a la acera (el culo del coche, se entiende; el otro iba enfundado en unos pantalones pitillo).

Se quedó parada detrás del coche, rebuscando las llaves en el bolso. El móvil dando pitidos (puñeteros “grupos” del guasap…), la carpeta llena de folios con tarea para casa (puñetero jefe…), y el tiempo justo para recoger a los niños del colegio. Un poco más justo, después de que tuviera que agacharse a recoger los folios desparramados por el suelo, a consecuencia de que fuera la carpeta la que perdiera el concurso de malabares con las llaves, el bolso y el teléfono.

No soltó un taco. Era muy fina ella. No es que no se le ocurriera (se le ocurrieron varios). Es que se casi se atraganta. Por los tacos no. Por el charco que vio debajo del coche al agacharse a recoger.

Al agacharse a recoger, también sintió el ruido que hacía la costura de los pantalones pitillo en el culo (el culo de los pantalones, se entiende; el otro era donde estaba el charco).

-¡Mierda!

Ahora sí soltó un taco. No se ahogó en el charco (de momento).

-¡No!

“A ver Laurita”, se dijo.”Calma. Vamos a controlar la situación”.

Recogió los folios (el jefe había ascendido de categoría de “puñetero”). Apoyó la carpeta, el bolso y el móvil (que seguía pitando -“tirulí”-) en el suelo. Tomó medida del siete con la mano (poca, porque lo que tocó no era cuero imitación y prefirió no ahondar en eso…), y se quedó mirando al charco con mezcla de preocupación y estupor. El coche nuevo (recién comprado, de segunda mano, a su vecino Roberto), perdía aceite. Roberto también. ¿Sería hereditario?

La preocupación y el estupor le hicieron olvidar (momentáneamente) la situación. Y así, a gatas, con un siete en el culo por el que cabía una mano (por el siete), se acercó al charco.

La preocupación y el estupor le hicieron olvidar también que el coche no tenía el motor en el culo.

-¡Jo! ¡Vaya faena!- pensó. -¿Será aceite esto que pierde el coche?

Mojó los dedos en el charco (la preocupación y el estupor tienen esas cosas..) y los frotó contra el pulgar.

-Aceite no parece.- Se dijo.

Se quedó pensativa un rato, mientras deslizaba una y otra vez el pulgar sobre los otros dedos.

Al final, instintivamente se llevó los dedos a la nariz. Lo que olió, no le gustó nada. Casi se atraganta (con el vómito).

-¿Le ocurre algo, señorita? ¿Puedo ayudarla?

Giró la cabeza. Aquel tipo macizo de metro ochenta parecía mucho más alto visto desde su perspectiva. Perspectiva que compartía ahora con el setter de orejas largas y lanudas, que le miraba con gesto curioso, la boca abierta y la lengua afuera, desde el otro extremo de la correa que sujetaba su dueño. El dueño del perro.

El perro también era dueño (del charco).

Laura ya no era dueña (de la situación).



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