Se detuvo delante del escaparate
de Prada. Quedó ausente un instante, perdida la mirada más allá del reflejo del
ejemplar de La Reppublica que llevaba doblado en la mano junto con un clavel
que se solapaba con la flor de cerezo del estampado de un vestido gris, al otro
lado del cristal. Respiró hondo.
-Estoy loca- se dijo, sacudiendo
la cabeza y esbozando una sonrisa que se superpuso a la del maniquí.
Caminó los pocos metros que le
faltaban hasta el café. No quiso intentar reconocerle a través del cristal. Le
avergonzaba que la descubriera. No le pareció mal que Sandro la hubiera citado
allí. Era un lugar muy turístico, pero siempre le había gustado la decoración
clásica del Greco, con las paredes repletas de cuadros y las sillas isabelinas
tapizadas de terciopelo. Además, le quedaba cómodo para acercarse en metro, sin
hacer transbordo, desde la estación de Anagina.
Respiró hondo y empujó la puerta.
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Berta había decidido separarse un
año antes. Su marido terminó resultándole tremendamente aburrido. Cuando empezó
a verlo como un mueble más de la casa, supo que tenía que sacarle de su vida.
No fue fácil. Estas cosas nunca son fáciles. Enrique era un hombre bueno. Le
tenía cariño y sus hijos le adoraban. Pero era tremendamente tedioso,
desganado, carente de iniciativa, abrumado por preocupaciones exageradas. No
era feliz a su lado.
No llevaba mal la soledad.
Tampoco se sentía sola. Vivía con sus hijos y, entre estos y el trabajo, tenía
ocupado prácticamente todo su tiempo, sin opción a pensar mucho. Lo único que
echaba de menos era el sexo. No quería ninguna relación de compromiso. No era
tan fácil como podría parecer. Le avergonzaba planteárselo a sus amigos
solteros y más a los casados.
Berta no veía nada malo en ello, pero temía que no lo comprendiesen. O
que interpretaran otra cosa.
Una tarde frente al ordenador,
armada de valor o de inconsciencia (aún no estaba muy segura), se creó un
perfil en una página de encuentros. Su bandeja de entrada se lleno de moscones
en pocos minutos. Que hubiera dejado claro que solamente buscaba alguien con
quien irse a la cama sin ningún compromiso, había influido, quizás, en el éxito
de su convocatoria. Se sintió divertida sorteando proposiciones de todo tipo de
personajes. Tomó la precaución de no revelar datos personales y de no subir su
fotografía. Finalmente, entabló amistad con un hombre separado, licenciado en
derecho, con pinta de normal: Sandro.
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Sandro llevaba un año separado.
Su mujer se había enamorado de otro hombre. No era fácil digerirlo. Pasó muchas
noches llorando de rabia y de tristeza. Echaba terriblemente de menos a sus
hijos. Cada vez que los dejaba en casa de su madre, una losa le aplastaba el
corazón. Tenía buenos amigos, que trataban de animarle y hacerle compañía, pero
se sentía terriblemente solo. Al final, todos tenían su vida y él se quedaba en
casa abrumado, tirado en el sofá, con una copa de güisqui en una mano y el
mando a distancia en la otra. Insomne.
Una de tantas noches sin dormir,
sentado frente al ordenador, se creo un perfil en una página de citas. No tenía
la conciencia de estar buscando algo en concreto. Lo hizo más por aburrimiento
y curiosidad, que por convencimiento. Mientras rellenaba los campos con sus
gustos y aficiones, o se describía así mismo, no pensaba. Se entretuvo varias
noches más en curiosear los perfiles de otras personas. Cuando leyó el de
Sandra, le sorprendió su sinceridad.
-¡Qué tía! ¡Qué valor!- se dijo
sin aguantarse la sonrisa.
Tardó un rato en decidirse.
-Bueno. Lo peor que puede pasarme
es que termine echando un polvo y, bien mirado, no me vendría nada mal.
Pinchó el link de mensajes.
"Hola. Me llamo Sandro. Me gustaría quedar contigo".
Enter. Ya.
Se fue a dormir. Eran las tres de
la madrugada de otro martes más.
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Al salir del juzgado encendió el
teléfono. Lo apagaba siempre que entraba en la sala de audiencias. Cruzaba
distraído el puente de Humberto I cuando escuchó el sonido de haber recibido un
e-mail.
"Hola Sandro. Gracias por
escribirme. ¿Cuándo te viene bien? Esta semana podría quedar esta noche o
mañana. Si no puedes, tendíamos que mirar otro día. Podríamos tomar algo a
partir de las ocho. ¿Qué te parece?"
Llegó dando un paseo hasta su
casa. Un pequeño piso abuhardillado en el número 31 de la vía de la Fontanella
di Borghese, que alquiló cuando se vio obligado a salir de su hogar. Pequeño,
pero alegre y acogedor. Una gran terraza orientada al sur le permitía disfrutar
del relente de la mañana con la taza caliente de capuccino entre las manos,
mientras paseaba los ojos por los tejados, entre de la cúpula del Panteón y el
monumento a Víctor Manuel II, en lo alto de la colina capitolina. Nada propenso
a la melancolía, vitalista, inquieto, de carácter divertido, le estaba costando
digerir la situación. Por eso no dudó en cerrar el trato con la casera sin
regatear en la renta, cuando se lo enseñó. ¡Qué mejor estímulo para empezar el
día que admirar la luz del amanecer reflejada en las cúpulas de Roma! Pasó una
semana encerrado, con el rodillo en la mano y gotas de pintura hasta el pelo,
coloreando las paredes y el techo. Verde, rojo, azul celeste… Hasta fucsia. Un
arcoiris de tonos alegres, también en los muebles, dio color al apartamento con
el deseo de contagiar a su corazón encogido.
Abrió una cerveza, calentó los
restos de lasaña de la cena y se sentó frente al portátil, bajo el toldo verde.
-Mañana no me viene bien-
escribió. -Podría ser esta tarde…
-Hola :-) - Berta estaba al otro
lado del chat.
-Hola- Un rato de silencio.
-Es la primera vez que entro en
una de estas páginas. Me da un poco de corte.
-Yo también. Pero viendo tu
anuncio, no pareces muy cortada.
Al otro lado de la pantalla,
Berta se puso como la grana.
-He leído tu perfil. ¿Eres
abogado?- Cambió de tema.
-Sí. Pero yo no he podido ver el
tuyo. Está en blanco.
-Ya. Me daba cosa poner nada
personal.
-¿A qué te dedicas?
-Soy enfermera.- Una pausa.
-Tienes razón. Mi mensaje resulta un poco provocativo. Y me estoy arrepintiendo
de haber sido tan sincera. Me separé hace un año. No me siento sola y no tengo
tiempo para aburrirme. No quiero complicarme la vida con ninguna relación de
pareja, y no la necesito. Pero es verdad que echo de menos un poco de sexo de
vez en cuando. Lo que pasa es que tengo el chat lleno de tíos de todo tipo y
condición que me dicen algunos cada burrada…. En buen plan, la verdad. Algunos
con mucha gracia. Pero me asusta un poco.
-Ya. Me imagino.
-Tú eres el primero con el que
voy a quedar.
-¿Y eso?
-No lo sé. Me gustó la sencillez
de tu mensaje. Quizás fue eso. Ninguna gracia, ningún piropo soez, nada de
hacerte el ocurrente…
-Cuéntame algo de ti. ¿Cómo
eres? No has puesto foto.
-Tengo 44 años. Dos hijos. Juego
al paddel.
-¿De qué color son tus ojos?
-Azules :-)
-¿Y tu pelo?
-Rubio.
-¡Fiuiuu! :-)
-Soy bastante normalita :-)
Berta no le preguntó por su
aspecto. En el perfil había una foto de un hombre apuesto. Moreno, unos ojos
color café que quitan el sueño (o hacen soñar), que sonreían. Mezcla de dulzura
y picardía en la mirada. Labios carnosos, torcido el gesto en discreta
socarronería, aquel tío estaba buenísimo. Y lo más peligroso: resultaba muy
interesante. Tardó un segundo en desear conocerle.
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Paseó la vista por las mesas.
Allí estaba. Tamborileaba con los dedos en la mesa, sentado delante de una
cerveza. Se puso en pie cuando la vio acercarse y la recibió con una sonrisa.
-¿Berta?
-Sí. Hola.
Se saludaron con un beso en la
mejilla. Ella se sentó en frente de él.
-¿Qué quieres tomar?
-Lo mismo.
Sandro avisó con un gesto al
camarero. Se sentían incómodos.
Berta fue la que rompió el hielo.
Natural, simpática y extrovertida fue saltando de un tema de conversación a
otro. El trabajo, los hijos, aficiones, anécdotas, risas...
-¿Quieres cenar algo?- preguntó
Sandro. -Vivo cerca y tengo algo de comida preparada.
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Vaciaron la botella en las dos
últimas copas de vino y se sentaron en el sofá, abandonando los platos vacíos
en la mesa. Sandro, animado por la bebida, seguía hablando y hablando...
-¡Dios mío!- pensó Berta. ¿Es que
no se va a decidir nunca?
Dejo la copa en la mesa, se
incorporó y se sentó a horcajadas sobre las rodillas de Sandro. Rodeó su cuello
con los brazos y le ahogó la voz con un beso en los labios.
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Abrió los ojos. No sabía donde se
encontraba. La ventana abierta dejaba pasar la luz de las farolas y el murmullo
del tráfico. Las sábanas revueltas al pie de la cama. El tanga negro de lunares
blancos perdido entre ellas. Sandro dormía boca abajo a su lado. Ahora recordó
todo. Recogió su ropa, se dirigió en silencio al baño y salió de la casa
después de vestirse.
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Abrió los ojos. No sabía donde se
encontraba. La ventana abierta dejaba pasar la luz del sol que le templaba la
cara. Las sábanas revueltas al pie de la cama. Ahora recordó todo. Se había
quedado dormido. El güisqui le había arrastrado a un profundo sueño. Calentó
café.
El portátil estaba encendido,
abierto el navegador por la página de inicio donde le pedían los datos para dar
de alta su perfil. Solo había rellenado la primera casilla con su nombre. El
resto del formulario estaba vacío. No había llegado a crearse ningún perfil.
Salió a la calle después de darse una ducha y se dirigió paseando hasta El
Greco. Necesitaba airearse. Se quedo petrificado cuando se acercaba al café.
Unos pocos metros mas allá de la puerta, delante del escaparate de Prada, una
mujer rubia, parada en la acera, miraba hacia el cristal. Se acercó hasta ella
un tanto perplejo, confuso. Le dolía la cabeza aún de la resaca.
-¡No puede ser!- pensó.
La mujer, ensimismada en el
escaparate o en sus pensamientos, no se percató de aquel hombre que se detuvo a
su lado.
-Disculpe. ¿Es usted Berta?
Ella se sobresaltó. El periódico
se le cayó de la mano. Abierto en el suelo dejó al descubierto el clavel rojo
que escondía en su doblez. Sandro se agachó a recogerlo y se lo tendió.
Periódico y clavel. Mirándola a la cara. Divertido. Sus manos se rozaron.
La mujer fijó la mirada de
sorpresa en esos ojos color café que quitan el sueño (o hacen soñar).
-Lo siento- dijo recobrando la
lucidez. ¿Nos conocemos? No recuerdo haberle visto antes.
-Yo sí. En mis sueños.
-Este tío me está tomando el pelo.
¿De qué me conoce?- pensó ella. Un escalofrío recorrió su espalda.
Mezcla de dulzura y picardía en
la mirada. Labios carnosos, torcido el gesto en discreta socarronería, Sandro
añadió:
-El tanga negro de lunares
blancos le sienta a usted muy bien.
Berta se puso como la grana.
Nubes,sueños
ResponderEliminarBuenísima la historia, Daniel!
ResponderEliminarCurioso. Yo conozco a un hombre con ojos color café que quitan el sueño y hacen soñar, de mirada dulce y pícara. Tiene unos increíbles labios carnosos que esbozan un gesto socarrón. Pero no se llama Sandro. Se llama.........espera....¿le conozco o he tropezado con él en algún sueño?
Una amiga común me ha recomendado que entre en tu blog....ha sido todo un acierto....me has enganchado a tus publicaciones....que las he leído todas del tirón....un placer .Esta última historia buenísima.
ResponderEliminarNubes, sueños, seda... Con estas tres palabras podríamos escribir más de un verso :-)
ResponderEliminarMuchas gracias CSZ
Ese hombre debe ser muy afortunado si sueñas con él, María. Ya ni te cuento si tus sueños se hacen realidad :-)
ResponderEliminarGracias por leerme.
Muchas gracias, Sonia, por haberme leído y más por haber escrito un comentario.
ResponderEliminarMe alegra mucho que te haya gustado.
Dale un abrazo a esa amiga común.
Escribe.....
ResponderEliminar¿Qué quieres que escriba, Seda? :-)
ResponderEliminarGracias.