viernes, 27 de septiembre de 2013

El café


Se detuvo delante del escaparate de Prada. Quedó ausente un instante, perdida la mirada más allá del reflejo del ejemplar de La Reppublica que llevaba doblado en la mano junto con un clavel que se solapaba con la flor de cerezo del estampado de un vestido gris, al otro lado del cristal. Respiró hondo.

-Estoy loca- se dijo, sacudiendo la cabeza y esbozando una sonrisa que se superpuso a la del maniquí.

Caminó los pocos metros que le faltaban hasta el café. No quiso intentar reconocerle a través del cristal. Le avergonzaba que la descubriera. No le pareció mal que Sandro la hubiera citado allí. Era un lugar muy turístico, pero siempre le había gustado la decoración clásica del Greco, con las paredes repletas de cuadros y las sillas isabelinas tapizadas de terciopelo. Además, le quedaba cómodo para acercarse en metro, sin hacer transbordo, desde la estación de Anagina.

Respiró hondo y empujó la puerta.

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Berta había decidido separarse un año antes. Su marido terminó resultándole tremendamente aburrido. Cuando empezó a verlo como un mueble más de la casa, supo que tenía que sacarle de su vida. No fue fácil. Estas cosas nunca son fáciles. Enrique era un hombre bueno. Le tenía cariño y sus hijos le adoraban. Pero era tremendamente tedioso, desganado, carente de iniciativa, abrumado por preocupaciones exageradas. No era feliz a su lado.

No llevaba mal la soledad. Tampoco se sentía sola. Vivía con sus hijos y, entre estos y el trabajo, tenía ocupado prácticamente todo su tiempo, sin opción a pensar mucho. Lo único que echaba de menos era el sexo. No quería ninguna relación de compromiso. No era tan fácil como podría parecer. Le avergonzaba planteárselo a sus amigos solteros y más a los casados.  Berta no veía nada malo en ello, pero temía que no lo comprendiesen. O que interpretaran otra cosa.

Una tarde frente al ordenador, armada de valor o de inconsciencia (aún no estaba muy segura), se creó un perfil en una página de encuentros. Su bandeja de entrada se lleno de moscones en pocos minutos. Que hubiera dejado claro que solamente buscaba alguien con quien irse a la cama sin ningún compromiso, había influido, quizás, en el éxito de su convocatoria. Se sintió divertida sorteando proposiciones de todo tipo de personajes. Tomó la precaución de no revelar datos personales y de no subir su fotografía. Finalmente, entabló amistad con un hombre separado, licenciado en derecho, con pinta de normal: Sandro.

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Sandro llevaba un año separado. Su mujer se había enamorado de otro hombre. No era fácil digerirlo. Pasó muchas noches llorando de rabia y de tristeza. Echaba terriblemente de menos a sus hijos. Cada vez que los dejaba en casa de su madre, una losa le aplastaba el corazón. Tenía buenos amigos, que trataban de animarle y hacerle compañía, pero se sentía terriblemente solo. Al final, todos tenían su vida y él se quedaba en casa abrumado, tirado en el sofá, con una copa de güisqui en una mano y el mando a distancia en la otra. Insomne.

Una de tantas noches sin dormir, sentado frente al ordenador, se creo un perfil en una página de citas. No tenía la conciencia de estar buscando algo en concreto. Lo hizo más por aburrimiento y curiosidad, que por convencimiento. Mientras rellenaba los campos con sus gustos y aficiones, o se describía así mismo, no pensaba. Se entretuvo varias noches más en curiosear los perfiles de otras personas. Cuando leyó el de Sandra, le sorprendió su sinceridad.

-¡Qué tía! ¡Qué valor!- se dijo sin aguantarse la sonrisa.

Tardó un rato en decidirse.

-Bueno. Lo peor que puede pasarme es que termine echando un polvo y, bien mirado, no me vendría nada mal.

Pinchó el link de mensajes. "Hola. Me llamo Sandro. Me gustaría quedar contigo".

Enter. Ya.

Se fue a dormir. Eran las tres de la madrugada de otro martes más.

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Al salir del juzgado encendió el teléfono. Lo apagaba siempre que entraba en la sala de audiencias. Cruzaba distraído el puente de Humberto I cuando escuchó el sonido de haber recibido un e-mail.

"Hola Sandro. Gracias por escribirme. ¿Cuándo te viene bien? Esta semana podría quedar esta noche o mañana. Si no puedes, tendíamos que mirar otro día. Podríamos tomar algo a partir de las ocho. ¿Qué te parece?"


Llegó dando un paseo hasta su casa. Un pequeño piso abuhardillado en el número 31 de la vía de la Fontanella di Borghese, que alquiló cuando se vio obligado a salir de su hogar. Pequeño, pero alegre y acogedor. Una gran terraza orientada al sur le permitía disfrutar del relente de la mañana con la taza caliente de capuccino entre las manos, mientras paseaba los ojos por los tejados, entre de la cúpula del Panteón y el monumento a Víctor Manuel II, en lo alto de la colina capitolina. Nada propenso a la melancolía, vitalista, inquieto, de carácter divertido, le estaba costando digerir la situación. Por eso no dudó en cerrar el trato con la casera sin regatear en la renta, cuando se lo enseñó. ¡Qué mejor estímulo para empezar el día que admirar la luz del amanecer reflejada en las cúpulas de Roma! Pasó una semana encerrado, con el rodillo en la mano y gotas de pintura hasta el pelo, coloreando las paredes y el techo. Verde, rojo, azul celeste… Hasta fucsia. Un arcoiris de tonos alegres, también en los muebles, dio color al apartamento con el deseo de contagiar a su corazón encogido.

Abrió una cerveza, calentó los restos de lasaña de la cena y se sentó frente al portátil, bajo el toldo verde.

-Mañana no me viene bien- escribió. -Podría ser esta tarde…

-Hola :-) - Berta estaba al otro lado del chat.

-Hola- Un rato de silencio.

-Es la primera vez que entro en una de estas páginas. Me da un poco de corte.

-Yo también. Pero viendo tu anuncio, no pareces muy cortada.

Al otro lado de la pantalla, Berta se puso como la grana.

-He leído tu perfil. ¿Eres abogado?- Cambió de tema.

-Sí. Pero yo no he podido ver el tuyo. Está en blanco.

-Ya. Me daba cosa poner nada personal.

-¿A qué te dedicas?

-Soy enfermera.- Una pausa. -Tienes razón. Mi mensaje resulta un poco provocativo. Y me estoy arrepintiendo de haber sido tan sincera. Me separé hace un año. No me siento sola y no tengo tiempo para aburrirme. No quiero complicarme la vida con ninguna relación de pareja, y no la necesito. Pero es verdad que echo de menos un poco de sexo de vez en cuando. Lo que pasa es que tengo el chat lleno de tíos de todo tipo y condición que me dicen algunos cada burrada…. En buen plan, la verdad. Algunos con mucha gracia. Pero me asusta un poco.

-Ya. Me imagino.

-Tú eres el primero con el que voy a quedar.

-¿Y eso?

-No lo sé. Me gustó la sencillez de tu mensaje. Quizás fue eso. Ninguna gracia, ningún piropo soez, nada de hacerte el ocurrente…

-Cuéntame algo de ti. ¿Cómo eres? No has puesto foto.

-Tengo 44 años. Dos hijos. Juego al paddel.

-¿De qué color son tus ojos?

-Azules :-)

-¿Y tu pelo?

-Rubio.

-¡Fiuiuu!  :-)

-Soy bastante normalita :-)

Berta no le preguntó por su aspecto. En el perfil había una foto de un hombre apuesto. Moreno, unos ojos color café que quitan el sueño (o hacen soñar), que sonreían. Mezcla de dulzura y picardía en la mirada. Labios carnosos, torcido el gesto en discreta socarronería, aquel tío estaba buenísimo. Y lo más peligroso: resultaba muy interesante. Tardó un segundo en desear conocerle.

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Paseó la vista por las mesas. Allí estaba. Tamborileaba con los dedos en la mesa, sentado delante de una cerveza. Se puso en pie cuando la vio acercarse y la recibió con una sonrisa.

-¿Berta?

-Sí. Hola.

Se saludaron con un beso en la mejilla. Ella se sentó en frente de él.

-¿Qué quieres tomar?

-Lo mismo.

Sandro avisó con un gesto al camarero. Se sentían incómodos.

Berta fue la que rompió el hielo. Natural, simpática y extrovertida fue saltando de un tema de conversación a otro. El trabajo, los hijos, aficiones, anécdotas, risas...

-¿Quieres cenar algo?- preguntó Sandro. -Vivo cerca y tengo algo de comida preparada.

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Vaciaron la botella en las dos últimas copas de vino y se sentaron en el sofá, abandonando los platos vacíos en la mesa. Sandro, animado por la bebida, seguía hablando y hablando...

-¡Dios mío!- pensó Berta. ¿Es que no se va a decidir nunca?

Dejo la copa en la mesa, se incorporó y se sentó a horcajadas sobre las rodillas de Sandro. Rodeó su cuello con los brazos y le ahogó la voz con un beso en los labios.

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Abrió los ojos. No sabía donde se encontraba. La ventana abierta dejaba pasar la luz de las farolas y el murmullo del tráfico. Las sábanas revueltas al pie de la cama. El tanga negro de lunares blancos perdido entre ellas. Sandro dormía boca abajo a su lado. Ahora recordó todo. Recogió su ropa, se dirigió en silencio al baño y salió de la casa después de vestirse.

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Abrió los ojos. No sabía donde se encontraba. La ventana abierta dejaba pasar la luz del sol que le templaba la cara. Las sábanas revueltas al pie de la cama. Ahora recordó todo. Se había quedado dormido. El güisqui le había arrastrado a un profundo sueño. Calentó café.

El portátil estaba encendido, abierto el navegador por la página de inicio donde le pedían los datos para dar de alta su perfil. Solo había rellenado la primera casilla con su nombre. El resto del formulario estaba vacío. No había llegado a crearse ningún perfil. Salió a la calle después de darse una ducha y se dirigió paseando hasta El Greco. Necesitaba airearse. Se quedo petrificado cuando se acercaba al café. Unos pocos metros mas allá de la puerta, delante del escaparate de Prada, una mujer rubia, parada en la acera, miraba hacia el cristal. Se acercó hasta ella un tanto perplejo, confuso. Le dolía la cabeza aún de la resaca.

-¡No puede ser!- pensó.

La mujer, ensimismada en el escaparate o en sus pensamientos, no se percató de aquel hombre que se detuvo a su lado.

-Disculpe. ¿Es usted Berta?

Ella se sobresaltó. El periódico se le cayó de la mano. Abierto en el suelo dejó al descubierto el clavel rojo que escondía en su doblez. Sandro se agachó a recogerlo y se lo tendió. Periódico y clavel. Mirándola a la cara. Divertido. Sus manos se rozaron.

La mujer fijó la mirada de sorpresa en esos ojos color café que quitan el sueño (o hacen soñar).

-Lo siento- dijo recobrando la lucidez. ¿Nos conocemos? No recuerdo haberle visto antes.

-Yo sí. En mis sueños.

-Este tío me está tomando el pelo. ¿De qué me conoce?- pensó ella. Un escalofrío recorrió su espalda.

Mezcla de dulzura y picardía en la mirada. Labios carnosos, torcido el gesto en discreta socarronería, Sandro añadió:

-El tanga negro de lunares blancos le sienta a usted muy bien.

Berta se puso como la grana.







8 comentarios:

  1. Buenísima la historia, Daniel!
    Curioso. Yo conozco a un hombre con ojos color café que quitan el sueño y hacen soñar, de mirada dulce y pícara. Tiene unos increíbles labios carnosos que esbozan un gesto socarrón. Pero no se llama Sandro. Se llama.........espera....¿le conozco o he tropezado con él en algún sueño?

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  2. Una amiga común me ha recomendado que entre en tu blog....ha sido todo un acierto....me has enganchado a tus publicaciones....que las he leído todas del tirón....un placer .Esta última historia buenísima.

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  3. Nubes, sueños, seda... Con estas tres palabras podríamos escribir más de un verso :-)
    Muchas gracias CSZ

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  4. Ese hombre debe ser muy afortunado si sueñas con él, María. Ya ni te cuento si tus sueños se hacen realidad :-)
    Gracias por leerme.

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  5. Muchas gracias, Sonia, por haberme leído y más por haber escrito un comentario.
    Me alegra mucho que te haya gustado.
    Dale un abrazo a esa amiga común.

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