jueves, 12 de septiembre de 2013

Soltando amarras

El mar amaneció embravecido aquella mañana de junio. Fondeados a algunas millas de la costa, al abrigo de un islote, debíamos regresar a puerto.

Nada que ver con la tarde soleada del día anterior, cuando saltábamos de la borda para refrescarnos. Ahora todo eran nubarrones y viento.

Levamos anclas, aproamos y soltamos velas. Como potro salvaje, el barco escoró casi cuarenta grados y cortó el mar, entrando y saliendo de las olas que pasaban por encima de la cubierta. Dando pantocazos. Navegando contra el viento.

No pude reprimir una sonrisa. Para llegar a puerto debíamos tomar el rumbo más incómodo, más lento, más tortuoso, dando bordadas. Pero el más excitante. Salpicados por rociones de mar en la cara. Con el pelo revuelto, los dientes apretados, y el sabor de salitre el los labios. Como la vida.

No me gustan los rumbos cómodos, con viento a favor y mar en calma. Prefiero nadar contracorriente. Prefiero navegar contra el viento. También en la vida.

Demasiado tiempo en puerto. He soltado amarras.



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