Hay un hombre tumbado en un camastro desde el primer día que
pasé visita por la planta de hospitalización de St. Joseph.
Todos están tumbados en camastros, en realidad.
La planta de hospitalización es un barracón con un pasillo
en el centro. Las paredes del pasillo son un murete a cada lado que se eleva
poco más de un metro del suelo. A ambos lados del pasillo se abren dos
estancias en las que hay seis camastros en cada una. El pasillo atraviesa un
tabique con una celosía en lo alto que separa otras dos estancias iguales, con
otros seis camastros cada una. Esos camastros están numerados. Son las camas de
hospitalización. Veinticuatro en total. Hasta la número doce –antes del murete
alto–, las de las mujeres. Al otro lado del tabique, las de los hombres. No
están todas ocupadas, afortunadamente.
En esos camastros hay gente tumbada o sentada. Los que están
sentados esperan una operación programada –una hernia, por ejemplo–, o irse a
casa. Los otros están convalecientes. Me he dado cuenta de que puedes saber la
evolución de cada paciente, solo fijándote en la actitud que mantienen en el
camastro. El miércoles operé a un hombre que tenía una isquemia intestinal por
un vólvulo.
Una isquemia es un infarto, un trozo de carne muerta. Una
parte del intestino, en este caso. Un vólvulo es un palabro que empleamos para
decir que el intestino se ha retorcido sobre sí mismo. Una isquemia intestinal
es algo muy serio. Muy grave. La gente se pone muy mala cuando se le infarta el
intestino. Casi tanto como cuando se le infarta el corazón. O más. De un
infarto de corazón se puede salir más o menos espontáneamente o ayudado por
unas medicinas. Según la extensión del infarto (la cantidad de músculo del
corazón que se haya muerto). De una isquemia intestinal, no. Si no te operan,
te mueres a los pocos días. Si te operan, puede que también. Cuando se infarta
el intestino, todos los gérmenes que tiene dentro –que son muchos, no nos
olvidemos que el intestino contiene caca–, se salen afuera, a la cavidad
abdominal, y producen una peritonitis (eso suena feo, ¿verdad?), y al torrente
sanguíneo, y producen una sepsis o shock séptico (tener bacterias circulando
por la sangre no suele sentar nada bien).
Mi paciente tenía una isquemia. Le abrí el abdomen, le quité
el trozo de intestino que tenía negro (un metro más o menos) y empalmé los dos
extremos restantes con unos puntitos de sutura. Hasta aquí, lo que se hace
siempre, en cualquier lugar. La diferencia está en que allí (en cualquier
hospital de nuestro medio), el paciente en el quirófano está dormido, conectado
a un tubo por el que respira, y con sondas y electrodos y tubitos por todos los
lados que nos dan información puntual de la tensión, el pulso, la cantidad de
oxígeno y de CO2 en sangre, lo que orina… En fin, que te permiten ir
corrigiendo con medicinas los desequilibrios que se presenten, o anticiparte a
ellos. Aquí no. Aquí, el paciente está “despierto”. Me explico. No está
exactamente despierto. Está un poco dormido. Respira espontáneamente, no por un
tubo (y más le vale porque, si deja de respirar, no hay respirador y hay que
intubarle y ventilarle “a mano”). No está quieto: se mueve. Y tose. Y no le
duele. Y le puedo operar.
Cuando la operación termina, allí lo mandamos a la UVI. Allí
es el lugar desde donde nos estás leyendo. La UVI es un sitio donde el paciente
sigue conectado a todos esos tubos y cables –y puede que a alguno más–, para
manejar todas las alteraciones, que son muchas, que se producen en tu organismo
(riñones, pulmones, corazón…) después de que se te ha infartado un trozo de
intestino, se han salido los gérmenes de la caca al peritoneo (a la barriga) y
a la sangre, te han abierto la barriga (el abdomen), te han cortado y quitado
ese trozo de intestino y te lo han cosido (por resumir).
Aquí, no. Aquí no hay UVI. En realidad, aquí no hay nada.
Nada de nada. Bueno, sí: hay camastros. Y en el camastro se quedó el hombre
postrado, mientras le pasaba a dentro de la vena un suerecito (agua con un poco
de sal y de azúcar, que es lo que son los sueros), y un par de antibióticos.
No ha tenido fiebre. No ha dejado de orinar claro y
abundante. No sale sangre por el drenaje que le he dejado (ni heces, que es
peor, pero más probable). No se ha infectado la herida. Ha movido las tripas y
ha empezado a tomar agua. No le he hecho ni un puñetero análisis. Tampoco tengo
esa opción, ya que pocas cosas puedo determinar en el laboratorio. He seguido
su evolución observando su posición en el camastro: la tarde después de la
operación, estaba tumbado y postrado.
Hay un hombre tumbado en un camastro desde el primer día que
pasé visita por la planta de hospitalización. No es este señor. Éste, la mañana
del jueves, estaba sentado.
El hombre tumbado tiene diabetes, y dos infecciones muy
serias en la espalda y en la mano. La diabetes favorece que aparezcan, y que no
curen, las infecciones (el porqué es largo de explicar, y con lo de la isquemia
ya está bien por hoy; el que tenga interés que lo mire en Google). Las
infecciones hacen que se descontrole más el azúcar en los diabéticos, y requieran
más insulina. Las heridas infectadísimas de la mano (gangrena) y de la espalda,
no mejoran. Por eso sigue tumbado en el camastro. Si pudiera bajar el azúcar en
la sangre, favorecería que las heridas evolucionasen mejor con las curas, pero
no le baja. Necesita insulina. Pues bien: no hay insulina. No, no hay insulina.
Sí, eso que se compra en las farmacias que viene en unas jeringuillas. Pues no,
no hay. Y tampoco hay dónde comprarla.
Lo de los camastros, aunque nos choque y nos parezca poco
estético, no es muy importante. Por aquí la gente vive así: en chozas,
durmiendo en el suelo. Es su “modus vivendi”. Lo de la insulina, sí tiene
importancia. Parece que va a ser su “modus morituri”
Va a perder la mano (voy a tener que amputársela). Con eso
controlo una de sus dos infecciones. Pero no le puedo “amputar” la espalda, así
que va a seguir tumbado en el camastro hasta el último día en el que pase
visita por la planta de hospitalización. Salvo que se vaya él antes que yo. Que
es probable.
P.D. No subo fotos. De los pacientes, sus tripas y sus manos
infectadas, no, por razones obvias. De los camastros no, porque todo el mundo
se hace a la idea de lo que es un camastro. De la insulina, tampoco, porque no
hay: si tenéis curiosidad, podéis pedirla en la farmacia de debajo de vuestra
casa.
Desde Bébédjia, el viernes 10 de junio de 2016.