A las 8 y media de la mañana ya
hemos pasado la visita en la maternidad y en la planta de cirugía.
En un pasillo esperan cuatro
mujeres para hacerse ecografías ginecológicas. La primera lleva un recién
nacido en brazos y no aparenta la edad de ser la madre. Tampoco es a ella a
quien le han pedido la ecografía, si no al bebé. Yo estoy dentro de la sala del
ecógrafo comprobando si funciona la captura de imágenes en un ordenador que nos
ha donado un proyecto de la Fundación Telefónica, y escucho a Anita preguntarse
en voz alta con su acento italiano, tras leer la petición.
—¡No entiendo nada! ¿Pero a quién
quieren que le haga la eco? ¿Al bebé? ¿De qué le voy a hacer una eco al bebé?
Giro la cabeza y descubro, a la
vez que ella cuando retira el paño en el que viene envuelto, que al bebé le han
dejado un largo cordón umbilical. Fuera del abdomen se ven con claridad los
intestinos del recién nacido, recubiertos por una membrana transparente, en que
se ha convertido el cordón. Es una malformación congénita llamada onfalocele.
En condiciones "normales" se habría diagnosticado durante el embarazo
en los seguimientos ecográficos programados. Se habría programado el parto en
un hospital con Cirugía Pediátrica y el recién nacido habría sido intervenido
con todas las garantías de seguridad y de cuidados perinatales y
postoperatorios.
Aquí, no hay nada de eso.
No hay seguimientos ecográficos
de los embarazos. Ni ecográficos ni de ningún otro tipo. No hay
seguimiento. No hay Cirugía
Pediátrica. No hay cuidados perinatales. Si no se corrige el defecto en las
próximas horas, la pérdida de líquido por trasudación a través de esa membrana
llevará al recién nacido a la muerte por deshidratación. Si se corrige el
defecto y se mete todo el intestino dentro el abdomen, la presión abdominal
aumenta y puede impedir que los pulmones se expandan adecuadamente. Es ese
caso, requerirá un soporte respiratorio que aquí no se le puede dar, y se
morirá en pocas horas. Anestesiar a un recién nacido tampoco es sencillo. No
tenemos cánulas de intubación orotraqueal de su tamaño. Habría que hacerle una
sedación que le deprime la capacidad de respirar, por lo que habría que
ventilarlo a mano hasta que elimine de su organismo todo el resto de mórficos o
de anestésicos. Tampoco tenemos oxígeno. Hay un aparato en el quirófano que
concentra el oxígeno del aire. Lo trajimos en una misión anterior. Hace un
ruido infernal que nos ameniza el trabajo, compitiendo con la ópera que suena
en el móvil de Alejandro. Solo se puede usar ahí: a las dos de la tarde cortan
la luz y solo hay electricidad en el bloque quirúrgico. Todo son facilidades…
Nuestro primer impulso es
enterarnos de si existe algún hospital en Chad que pueda ofrecer esos cuidados
y que esté a una distancia razonable que permita el traslado en pocas horas. Preguntando
al personal que trabaja en St. Josepf, y con la ayuda de Cecile –una médico
italiana que lleva muchos años viviendo en Chad–, nos dicen que hay un hospital
en Goundi en el que trabaja un cirujano Chileno que ha operado tres casos de
onfalocele. Lo que no me han dicho es si han sobrevivido. Contactamos con
Goundi y nos autorizan al traslado. No sé dónde queda ese lugar. Me dicen que a
tres horas en coche. No sé si ese hospital estará mucho mejor dotado que este,
a tenor de lo poco que he visto del país. Rafaela, una enfermera italiana que
trabaja en la pediatría, dice que no. Al menos el cirujano tiene más
experiencia que yo.
Mientras, mando un mensaje a
Alfonso y Javier. Son los dos cirujanos implicados en el proyecto EnganCHADos
que tienen “la culpa” de que yo esté ahora en el Chad. Les pido que me manden
bibliografía y que contacten con algún cirujano pediátrico para pedirle
consejo. También a Juan, el eficaz bibliotecario del Hospital de Fuenlabrada y
participante muy activo del proyecto, le solicito bibliografía. Esto no es tan
sencillo. No tengo conexión a Internet en todo Bebedjià, salvo unas horas al
día en un despacho que está a 200 metros de donde me encuentro, y hasta donde
me tengo que desplazar. Esta mañana, funciona. Estamos de enhorabuena.
Aún no hemos hablado con la
familia del bebé, y puede que se nieguen a su traslado. Por la intervención les
pueden cobrar unos 40.000 CFA (francos centroafricanos; equivale a 60 euros) y
por el traslado, otros 40.000 más. Eso suma 120 euros, que es el salario
mensual de una persona con un buen trabajo (las responsable de la farmacia de
St. Josepf, por ejemplo). La madre está internada en el centro de salud donde
parió. Le quedó un resto de placenta en el útero. A la criatura la trajo su
abuela. El padre no está aquí y lo han mandado buscar. Es él quien debe decidir
si se traslada.
Durante la espera, desde el
despacho del internet, entre mensajes al móvil y correos electrónicos, recibo
la información que buenamente me pueden proporcionar. Si se da el caso, con
estos mimbres tendré que hacer el cesto. El último mensaje de Alfonso que me
entra en el teléfono cuando estoy regresando, antes de perder la conexión WiFi
es “Daniel, tú eres la mejor opción que ese niño tiene ahí”.
El padre es un hombre alto y
delgado con semblante tranquilo, casi risueño a pesar de la situación. Habla
francés. Anita le explica la situación y la posibilidad de traslado a Goundi.
El hombre la escucha con atención, sin interrumpirla. Cuando Anita termina de
hablar, nos responde inmediatamente, como si ya tuviera tomada la decisión
antes de la conversación. Su tono de voz es como su rostro. Habla pausado.
–Dios ha querido que esté aquí.
Se tiene que operar aquí. Si no sale bien, será la voluntad de Dios.
Esto ocurrió hace dos días. Nos
llevamos al bebé al quirófano. Alejandro lo sedó un poquito, sin pasarse, le
dije. Primero comprobamos si, al meter los intestinos dentro del abdomen,
seguía respirando bien. Cuando vimos que la saturación de oxígeno no bajaba,
con la ayuda de Anita cerré parcialmente el defecto con una sutura, lo
suficiente para que no se volvieran a salir, y le recorté el cordón umbilical
dejando solo unos pocos centímetros. Como se lo dejaron a mis hijas al nacer.
La madre de la criatura llegó esa
misma tarde y el bebé pudo empezar a mamar. Anita comprobó con el ecógrafo que
a la mujer ya no le quedaban restos de placenta. La criatura ya no se va a
deshidratar y, en vista de que no tiene problemas respiratorios, dentro de unos
días, antes de mi regreso a España, le termino de cerrar completamente el
defecto del abdomen.
Al acabar cada intervención,
apuntamos los datos del paciente en un libro de registro. Abdulay, el enfermero
de quirófano, me dictaba el nombre de la niña: Etolie. Significa estrella.
En Bebedjá el 20 de junio de 2016
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