Quienes no crean en las casualidades podrían buscar una
explicación a esta peripecia que me ha llevado a visitar Marruecos en la piel de esta ciudad y por primera
vez en mi vida. Yo no suelo ser muy determinista.
Soy, más bien, un descreído de esos que creen en el azar. Esta carambola me ha permitido sacar cuatro pinceladas de esta ciudad.
La gente es muy amable. Se vuelca cuando la paras por la
calle para preguntar una dirección o dónde encontrar un comercio. La Medina es
un gigantesco mercado de verduras, hortalizas, carnes vivas y muertas, pescado,
frutas, dátiles, especias, aceitunas y encurtidos.
Al salir de la Medina quedan los restos de una
fortificación. Detrás de los cañones de bronce que asoman por las almenas,
apuntando hacia el mar, hay un patio con buganvillas que alberga un
restaurante. Cruzando la calle está el puerto. En el mercante no te dejan pasar.
A su izquierda, se abre el acceso al puerto pesquero. Allí, a la entrada, asan
sardinas en unas brasas. Más adelante, cerca del muelle, en la lonja se vende
el poco pescado que llega a esa primera hora de la tarde a la que pasamos.
Los barcos de pesca son grandes y están pintados de blanco y azul.
Seguimos nuestro paseo. Después del puerto está la Academia
de la Armada Real de Marruecos y más allá, los muchachos, niños y adolescente,
todos varones, gritan y ríen y juegan y se tiran al mar desde las piedras del
malecón para matar el tiempo y el calor. Pasado el puerto está la mezquita,
hermosa, estilada y reluciente, sobre un acantilado.
Esto, y la avenida donde se levantan dos torres que llaman gemelas –qué cósas–,
Zara, Mango, Oysho, y todas las franquicias de la aldea global, es lo que he visto de Casablanca en estos dos días. Además de un patio cerrado donde hemos desayunado, y otro donde hemos
terminado la cena con un té moruno.
Lo primero que hice al llegar fue buscar el café de Rick, y lo he encontrado, pero era de cartón piedra, como los decorados de película. No existió nunca tal café en el Protectorado perteneciente a la Francia Libre durante la Segunda Guerra. Una mujer norteamericana, que estuvo destinada en Casablanca, se sorprendió de que nadie hubiese tenido la idea de abrir un local con el mítico nombre y lo inauguró ella en 2003, con la contribución de un grupo de amigos a los que embarcó en la aventura.

También nos espera a nosotros esta noche un avión, pero yo no soy Bogart, Rick Blan y Lisa Lund nuca existieron, e Ingrid no está.
En el aeropuerto de
Casablanca, el 5 de junio de 2016.
¡Master!
ResponderEliminarPreciosa descripción de la ciudad. Yo también quisiera visitarla pero si no está el café de Rick...Que sí, que me gustará y sólo con ver esas fotos ya quiero llenar de color mis ojos.
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