domingo, 5 de junio de 2016

Casablanca

Casablanca está a la orilla del mar, en la costa atlántica de Marruecos. A unos 500 kilómetros a nado desde Huelva tirando en línea recta hacia el sur. Se fundó en el siglo XI y es el principal puerto del norte de África, según la “Wikipedia”, referencia bibliográfica por excelencia en la Era del Mundo Global. Lo de los 500 kilómetros, no. Eso lo he calculado yo a ojo.

Quienes no crean en las casualidades podrían buscar una explicación a esta peripecia que me ha llevado a visitar Marruecos en la piel de esta ciudad y por primera vez en mi vida. Yo no suelo ser muy determinista. Soy, más bien, un descreído de esos que creen en el azar. Esta carambola me ha permitido sacar cuatro pinceladas de esta ciudad.

La gente es muy amable. Se vuelca cuando la paras por la calle para preguntar una dirección o dónde encontrar un comercio. La Medina es un gigantesco mercado de verduras, hortalizas, carnes vivas y muertas, pescado, frutas, dátiles, especias, aceitunas y encurtidos. 

Los puestos de alimentos están sobre unas mesas a lo largo de una calle larga, cubiertas por toldos, dispuestas en dos hileras que dejan un pasillo estrecho en el medio. Si te cuelas por ese pasillo bajo los toldos cerrados, vas caminando por un túnel de colores y aromas, que se abre al final a unas callejuelas donde los puestos son locales pequeños que dan a la calle y exponen telas, vestidos, calzado y marroquinería. En una placita, ya cerca de la salida del laberinto, en unas tinajas de barro, sobre unas brasas, se guisa y se mantiene caliente el tajín.

Al salir de la Medina quedan los restos de una fortificación. Detrás de los cañones de bronce que asoman por las almenas, apuntando hacia el mar, hay un patio con buganvillas que alberga un restaurante. Cruzando la calle está el puerto. En el mercante no te dejan pasar. A su izquierda, se abre el acceso al puerto pesquero. Allí, a la entrada, asan sardinas en unas brasas. Más adelante, cerca del muelle, en la lonja se vende el poco pescado que llega a esa primera hora de la tarde a la que pasamos. Los barcos de pesca son grandes y están pintados de blanco y azul.

Seguimos nuestro paseo. Después del puerto está la Academia de la Armada Real de Marruecos y más allá, los muchachos, niños y adolescente, todos varones, gritan y ríen y juegan y se tiran al mar desde las piedras del malecón para matar el tiempo y el calor. Pasado el puerto está la mezquita, hermosa, estilada y reluciente, sobre un acantilado.

Esto, y la avenida donde se levantan dos torres que llaman gemelas –qué cósas–, Zara, Mango, Oysho, y todas las franquicias de la aldea global, es lo que he visto de Casablanca en estos dos días. Además de un patio cerrado donde hemos desayunado, y otro donde hemos terminado la cena con un té moruno.



Lo primero que hice al llegar fue buscar el café de Rick, y lo he encontrado, pero era de cartón piedra, como los decorados de película. No existió nunca tal café en el Protectorado perteneciente a la Francia Libre durante la Segunda Guerra. Una mujer norteamericana, que estuvo destinada en Casablanca, se sorprendió de que nadie hubiese tenido la idea de abrir un local con el mítico nombre y lo inauguró ella en 2003, con la contribución de un grupo de amigos a los que embarcó en la aventura.

Todos tenemos en la memoria la imagen del cartel de la película, en el que Humphrey Bogart, sobre un fondo anaranjado y amarillo, que no se sabe si quiere evocar al fuego, está a punto de besar a Ingrid Bergman, que le clava los ojos con una de esas miradas que muy pocas veces nos clava alguien en la vida. Entre la silueta de sus torsos está impreso el bimotor que espera para despegar.


También nos espera a nosotros esta noche un avión, pero yo no soy Bogart, Rick Blan y Lisa Lund nuca existieron, e Ingrid no está.

En el aeropuerto de Casablanca, el 5 de junio de 2016.




2 comentarios:

  1. Preciosa descripción de la ciudad. Yo también quisiera visitarla pero si no está el café de Rick...Que sí, que me gustará y sólo con ver esas fotos ya quiero llenar de color mis ojos.

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